EL YIN Y EL YAN
«Bi Mong»
Mikel INSAUSTI
Quienes pensaban que Kim Ki-duk había tocado fondo el año pasado con su mediocre “Aliento” pecaban de optimistas, en vista de que aún es capaz de hacerlo peor con “Bi mong”. Es una pena que el otrora aclamado cineasta coreano haya decidido concursar en Donostia justo cuando atraviesa por el momento creativo menos boyante de su carrera, que entró en un pronunciado declive después de “Hierro 3”. Es algo que les está ocurriendo a muchos autores asiáticos que tienen más éxito en el extranjero que en sus propios mercados, al plantear todas las realizaciones de cara a los festivales internacionales, y estoy pensando en Takeshi Kitano. El estilo poético de Kim Ki-duk ha perdido su capacidad de impacto visual, a fuerza de repetirse y volverse previsible en los argumentos que sustentan esas bellas pero frías imágenes. Siempre es más de lo mismo: amores enrevesados con parejas que sufren indecibles torturas físicas y mentales.
Lo que plantea en “Bi mong” es una tontería de mucho cuidado, ya que presenta a un hombre que sueña cosas que le ocurren a una mujer en la realidad, como si fueran seres opuestos y, por tanto, complementarios. El comportamiento que hace que se necesiten el uno al otro lo único que podría significar, a lo sumo, es que tienen el sueño o los horarios cambiados.
Más allá de dicha circunstancia anómala, todo lo demás es sacarse de la manga metáforas incoherentes y demasiado rebuscadas. La sensación que provoca la película es de absoluta somnolencia, y lo digo en el sentido más literal, puesto que estamos viendo todo el rato a los protagonistas dar cabezadas, supuestamente a fin de evitar dormirse y que la sonámbula cometa los actos violentos descritos en los sueños premonitorios del otro. No faltan los numeritos masoquistas de rigor: ahora me pincho con un alfiler, ahora me clavo un estilete, ahora me golpeo con un martillo en los pies por los clavos de Jesucristo crucificado, ahora me tiro de lo alto de un puente sobre un río helado más duro que la piedra.