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Fede de los Ríos

Del miedo al pánico en un pispás

Los emigrantes serán mostrados como competidores por el empleo y el racismo, ya existente, aumentará. Resulta más fácil colgar al débil y de piel distinta que al patrón y a los defensores de un sistema que nos lleva cíclicamente a la miseria

Es un hecho innegable que vivimos en la sociedad del miedo. «Y el lobo se comió a los tres cabritillos» escuchábamos mientras nuestro cuerpo se arrebujaba entre las ropas de la cama. Debía ser el mismo cabrón de lobo que se zampó a la abuelita de Caperucita y a los tres cerditos. Lo mejor para los dulces sueños de los niños. Durante el día nos acechaban el hombre del saco y el sacamantecas. Era un sinvivir.

En el colegio fuimos instruidos en el temor a Dios y al Diablo a partes iguales. El primero resultaba más obsesivo, estaba en todas partes, incluso en el váter. Los curas, sus dignos representantes en la Tierra, hicieron que temiéramos nuestro cuerpo; notando la sequedad de nuestra medula espinal por la práctica del vicio solitario. Nos inocularon el miedo hacia moros, judíos, comunistas, masones y asiáticos al alimón. A los negros los salvó el Domund y el Cola-Cao. Aprendimos a temer a toda autoridad civil o eclesiástica; a no expresar en voz alta nuestros pensamientos, siempre al margen de la ley y siempre tan pecaminosos; a mentir entre correajes y sotanas.

Carrero subió a los cielos. Al poco tiempo el enano de la voz de pito hizo «heces sangrantes en forma de melena» y Arias Navarro, entre mohines y alguna lagrimilla, confirmó su defunción.

Se dieron a sí mismos una amnistía. A las Cortes las llamaron Congreso de los Diputados y Senado al Consejo Nacional del Movimiento. El Borbón volvió al trono. El adocenamiento que provoca el miedo engrasó la maquinaria de transición del cambiemos todo para que nada cambie. Subieron el sueldo a los militares y el Concordato con la Iglesia católica fue renovado. Las cárceles, vaciadas de presos políticos para el espectáculo, fueron ocupadas de nuevo.

Se compraron voluntades políticas y sindicales que llevaron a la firma de los Pactos de la Moncloa cuyo fin era la desmovilización popular y la consagración de la economía de mercado. A partir de entonces políticos y sindicalistas profesionales pasaron a ser los únicos agentes sociales legítimos. Alfonso Guerra lo hizo gráfico con sus palabras: «lo que está a la izquierda del PSOE es asunto de la Guardia Civil».

Ahora, la crisis del sistema asoma la patita; una crisis global como corresponde a una economía globalizada. El paro sube, las hipotecas también, el consumo decae y con él los beneficios de los vendedores de mercancías. El Estado acudirá en ayuda de las constructoras, lo que provocará inflación y con ella caída del nivel adquisitivo de los trabajadores, volverá a caer el consumo y habrá más paro. La precariedad será la tónica de los afortunados con empleo. Divertida ¿no?, la economía de mercado, base de nuestra democracia y pilar de la Constitución. Los emigrantes serán mostrados como competidores por el empleo y el racismo, ya existente, aumentará. Resulta más fácil colgar al débil y de piel distinta que al patrón y a los defensores de un sistema que nos lleva cíclicamente a la miseria. Mientras tanto el Borbón tiene que conformarse con 9 millones de euros.

El miedo se transformará en pánico, verán qué bien lo vamos a pasar.

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