Crisis económica y política frente la que se necesitan alternativas, no profecías
Las dimensiones de la crisis financiera están eclipsando sus verdaderas consecuencias. Asimismo, los responsables de la crisis intentan a toda costa ocultar las causas de la misma. De momento, la quiebra de diferentes entidades financieras y el nerviosismo desatado en mercados y gobiernos de todo el mundo sólo dejan entrever a la ciudadanía la gravedad de la situación. Una gravedad en la que, por otra parte, ya estaba instalada una inmensa mayoría de la población mundial desde hace tiempo. Muchos analistas parecen olvidar que este sistema ya condenaba a la pobreza más extrema a continentes enteros, también a grandes capas de las sociedades occidentales. La falta de preocupación o la pura inconsciencia ante esa realidad dicen mucho de las bases del capitalismo como sistema.
Respecto a cómo afectará la crisis económica a la sociedad y a los ciudadanos de a pié, cabe señalar que las primeras consecuencias ya se están empezando a ver en EEUU, epicentro del sistema y por ende de la crisis, con miles de personas desahuciadas o a la fuga por no poder hacer frente a sus hipotecas. Es de prever que de igual modo a como a escala macroeconómica la crisis ha traspasado océanos, las consecuencias pronto se empezarán a ver en nuestro contexto. Incluso reputados economistas han tenido que aceptar públicamente que desconocían muchos de los productos financieros que han hecho tambalear el sistema económico actual. De ahí se puede inferir que nadie es en este momento capaz de prever claramente los siguientes episodios de la crisis ni sus consecuencias directas sobre los y las trabajadoras europeas. «Incertidumbre» le llaman.
Las profecías no sirven de mucho
Todo el mundo dice que los tiempos de crisis están plagados de oportunidades y una crisis del capitalismo en toda regla debería abrir oportunidades para un cambio profundo. Sin embargo muchos intelectuales progresistas parecen ensimismados ante el cumplimiento de sus profecías. «El sistema capitalista se derrumba», repiten mientras pelean por la autoría de la frase. Sin embargo, la derrota del neoliberalismo no acerca matemáticamente un sistema nuevo y tanto neoliberales como socialdemócratas apuntan ya posibles reformas para rescatar al sistema sin necesidad de variar sus principios. No conviene por lo tanto perder el tiempo escribiendo obituarios cuando no existe aún una alternativa real.
Tal y como señala hoy en las páginas de opinión Emir Sader, las únicas alternativas reales parecen coger forma en Latinoamérica y, siendo sinceros, no son exportables sin más. Mientras tanto en Occidente la izquierda adolece del músculo necesario para ofrecer un programa político claro y común. El repunte de algunos partidos políticos realmente progresistas, así como alguna victoria puntual como el «no» irlandés promovido por los republicanos frente a la maquinaria del Estado ofrecen cierta esperanza. Pero siguen sin marcar un cambio de modelo o las líneas de un marco político nuevo.
En ese sentido, un elemento importante y poco analizado de la crisis es su dimensión política. El fracaso en primera instancia del plan de rescate de la Administración Bush puso ese elemento sobre la mesa, pero pronto quedó neutralizado por un ajuste en los términos de siempre: negación de la democracia y determinismo.
Cambio de fase política en Euskal Herria
Si las profecías globales no plantean alternativas claras, en el caso de Euskal Herria las profecías locales son aún más decepcionantes. Nadie advierte por el momento cuáles serán los principios y las estrategias políticas que marcarán la siguiente fase y desde Madrid y París sólo suenan tambores de guerra.
En esa línea, el Gobierno español ha adoptado la estrategia de llevar la represión a cotas cada vez más altas y adoctrinar a la sociedad española para convivir con el conflicto. En definitiva, asumir los costes del conflicto intentando vender la eficacia policial y el recrudecimiento penal como modo para tranquilizar conciencias y reducir esos costes. Pero, ¿qué costes son esos? Los defensores de esa estrategia rehuyen responder esa cuestión. Y tienen poderosas razones. Porque si bien exponen claramente las consecuencias que padecerá la parte contraria -resumidas en el tópico «todos a la cárcel» al que ahora suman un despiadado «para siempre»- no advierten que en ese camino el Estado español hipotecará su desarrollo político, económico y social. No sólo en el caso de que no consiga sus objetivos militares, sino por el simple hecho de que está inmerso en un proceso de involución democrática que le pasará factura en cualquier escenario futuro. Sólo el franquismo sociológico y el unionismo jacobino pueden frotarse las manos ante esta perspectiva. Los mensajes pobres e incoherentes de quienes dentro del PSOE son conscientes de este hecho poco aportan ahora. Las falacias de quienes hablan ahora de «último reducto de Europa» y se levantaron de la mesa en Loiola menos aún.
Si ante los embates es necesario resistir, ante las crisis es necesario plantear alternativas. Es evidente que quien sea capaz de ofrecer una alternativa y un programa claro a la crisis política que vive el país logrará el apoyo social necesario para superar esta fase. Las claves siguen siendo libertad, respeto y democracia. Miles de vascos y vascas lo reivindicaron ayer en Bilbo.