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Seguro que sale bien

Ines INTXAUSTI, Crítica de televisión

Tengo una buena amiga que, por imperativos médicos, no puede moverse de casa. Y a ella quiero dedicar este artículo. Las casas suelen tener -no todas- diferentes dependencias (bonito nombre, en este caso) para moverse. Y una de ellas suele ser el espacio en el que se ubica el aparato televisivo. Bien. En su caso es uno de los más apetecibles. Pero es el que menos le ayuda.

La programación de la televisión (no en su totalidad, por supuesto) solamente puede producir naúseas en cualquier estado laboral, bien sea de alta o de baja. No hay nada que ver a lo largo de un, más largo y obligatorio, día en casa. Si no tuviera DVD estaría absolutamente perdida. Entonces: ¿para quién se programa? Si el target no es -ni lo son- las personas que por cualquier motivo practican un ocio doméstico in-o-voluntario ¿para qué tipo de personas se hacen cosas como «Gran Hermano», «Herederos» o «Sin tetas no hay paraíso»? Tienes que tener una mente absolutamente vacía o muy perversa para convertirte en audiencia de cada una de ellas. No hay ningún valor -o el estrictamente semiótico- en las mencionadas. Mientras que en la primera, respectivamente, se potencia la prueba al límite de la infidelidad casi-consentida, en la segunda, la previsibilidad de la maldad es tan sofisticada como infantil. Y en la tercera... qué decirles. Desde el título nos asomamos a un balcón de silicona, en el que los héroes son putas y narcotraficantes con menos escrúpulos que Josef Fritzl.

Pero, mientras la verdad tiene un honor defendible -y éste es el resto de parte la programación-, la televisión no pretende de ninguna manera cumplir ni media de las tácitas leyes éticas que el espectador merece simplemente como ciudadano, y ser humano, que pagando impuestos permite que el sistema capitalista no regule un código afectivo para las cadenas privadas.

Si los programadores pensaran en aquellos que tienen que obligatoriamente ir al frente de la televisión -léase postrados provisional o definitivamente en la dependencia «esa» de todas las casas- segura estoy que dejarían de hacerlo. Dejarían automáticamente de pensar.

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