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Raimundo Fitero

La ola

Los que tenemos una apéndice llamado mando a distancia y una plaqueta de neuronas plásticas llamada Sofres como sustento de nuestra velada personalidad, acabamos convertidos en unos voyeurs empedernidos. Vivimos los deportes en pasiva, el amor en diferido, el sexo como una pasión liofilizada y la política como un ficción. Unos deportes que nos proporcionan imágenes que una vez elaboradas con los grandes programas y la calidad de los montadores se transforman en otro espectáculo mucho más intenso.

Pero si existe un deporte absolutamente visual ese es el surf. Y en todas sus subversiones. Antes de que en nuestras playas aparecieran esos seres vestidos de negro que sea la temperatura ambiente que sea se adentra pacientemente hacia la mar oceana, como una bandado de anfibios uniformados por el neopreno, mucho antes de que existieran tiendas especializadas, marcas de ropa que ya forman parte de una manera de estar en la vida, cuando todavía no había campeonatos y profesionalización, el surf era un recurso cinematográfico, una leyenda, eran canciones e imágenes californianas, los chicos de la playa y su canciones rítmicas muy melosas, cuerpos atléticos, melenas rubias, y la olas como una expresión pictórica de la naturaleza.

Ahora que es un deporte reglado, que las tablas son de materiales obtenidos en la experimentación química, que los cuerpos son todavía más gloriosos, pero que no todos son rubios y que además compiten las mujeres con igualdad de condiciones estéticas en sus evoluciones, sigue siendo un deporte audiovisual, televisivo, y especialmente apreciable en sus resúmenes, en esas tomas donde logran meternos en el ojo de la ola sin apenas ser tocados ni por una gota de agua. Es un lenguaje de juventud, una expresión dancística en la que la espuma de las olas parece el ribete de un tapiz, el trazo de un pintor loco que intenta colocar en el mismo espacio la furia desatada y la belleza juguetona. Nos gustan, obviamente, los campeonatos veraniegos, donde además los cuerpos se exhiben en plenitud y los trajes de baño van añadiendo cromatismo al lenguaje. La ola buena. Seguimos la ola como si nunca estuviera sola.

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