GARA > Idatzia > > Mundua

ANÁLISIS El foco de tensión Paquistaní

Vértice de un complejo triángulo

El autor analiza las claves de la situación de Pakistán, donde el clima de inestabilidad generado por el vacío político, las múltiples luchas armadas y la presencia de Al Qaeda, agravado por la intervención interesada de Washington, puede desembocar en un nuevo frente bélico.

p021_f01_148x104.jpg

Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La situación en Irak cada día muestra con mayor claridad que los ocupantes buscan desesperadamente abandonar la zona y acabar con la continúa lista de bajas y coste económico que están afrontando (evidentemente la seguridad y el futuro de la población local no entra entre los parámetros para abordar la estrategia futura). Intentarán salir de Irak adornando, mediante un Gobierno títere, la situación, que dejará abierta para que se pueda producir un enfrentamiento «local».

La situación afgana tampoco presenta un panorama alentador para las fuerzas de ocupación. Como ha señalado recientemente un alto diplomático británico, «la actual situación es muy mala, y los aspectos de seguridad empeoran cada día, y luego está la corrupción rampante, y un Gobierno que ha perdido cualquier credibilidad...». Las fuerzas extranjeras están inmersas en una tarea de mantener, por lo tanto, un régimen que puede reventar en cualquier momento, atrapándoles a ellos en su caída. Por ello, no debe extrañar las últimas llamadas a una posible salida negociada en Afganistán, con el papel de intermediario privilegiado concedido a Arabia Saudí, que de momento sólo ha echado a andar.

Numerosas fuentes estadounidenses señalan que la mayor amenaza para sus intereses puede encontrarse en Pakistán y, sobre todo, en el rumbo que éste tome a corto plazo. Lo cierto es que la intervención de Washington ante el que hasta ahora era su aliado estratégico en la región puede variar y las relaciones bilaterales pueden seguir también direcciones diferentes.

La llamada intervención unilateral estadounidense y el aumento de sus ataques en territorio paquistaní se está convir- tiendo en uno de los mayores focos de tensión en estos momentos, y está provocando una situación de la que todos quieren sacar partido. Conviene recordar, no obstante, que no es algo nuevo, ya que desde octubre de 2001, los lanzamientos de misiles contra zonas de Pakistán o el vuelo de aviones sin piloto sobre territorio de ese país han sido una constante. Pero en estos momentos nos encontraríamos ante lo que un analista de EEUU ha definido como «el paso del aire a tierra».

En este contexto, cobra relevancia el ataque estadounidense del 3 de septiembre en el sur de Waziristán. La presencia militar norteamericana en suelo paquistaní y en una operación contra la población local ha generado airadas reacciones en distintos sectores del país. El que fuera llevada a cabo sin previo aviso al Gobierno o a los militares paquistaníes ha originado gran malestar en el establish- ment, al tiempo que ha generado el rechazo general y ha supuesto un aumento del sentimiento antiestadounidense.

Los estrategas de Washington están meditando un cambio en la relaciones bilaterales como medida para forzar una mayor implicación de Pakistán en la defensa de los intereses de EEUU, aún a costa de la estabilidad del país asiático. Por un lado, está el informe de un importante instituto estadounidense, el USIP, recoge que «el tiempo del cheque en blanco ha concluido» y, por otro, la destitución del responsable del ISI y su sustitución por Ahmed Shuja Pasha, conocido pos su simpatías hacia EEUU y su radical oposición al movimiento talibán. Ese cambio ha ido acompañado de otros en el seno del ISI.

Por su parte, el nuevo mando militar estadounidense para la zona, el general David Petraeus, ha apuntado la necesidad de repetir la experiencia iraquí, donde afirma que se tuvo que negociar con una parte de la resis- tencia ante la imposibilidad de acabar con ella. Esta posición vendría a complementar la de aquellos que apuestan por una intervención directa en Pakistán para mantener a salvo los intereses estadounidenses. De momento, Petraeus se ha encontrado con el rechazo de los talibán locales que, lejos de sucumbir a sus cantos de sirena, han incrementado sus acciones.

El ataque contra el hotel Marriott el pasado día 20 ha supuesto un importante salto cualitativo en la inestabilidad de Pakistán. Independientemente de su autoría, consiguió incrementar la sensación de inseguridad tanto entre la diplomacia extranjera como entre la población local, que ha sido la que sufrió la mayores consecuencias del ataque (empleados civiles, elementos de la clase política...). Además, sus autores lograron una amplia cobertura mediática y demostraron su capacidad para atacar zonas que, en teoría, se supone que son las más vigiladas del país (la residencia presidencial está a poca distancia).

Ese atentado evidenció también la creciente inestabilidad política de Pakistán. La decisión del presidente Zardari de mantener su viaje a Washington poco después del ataque fue mal vista por la clase política local y la población, que le acusan de falta de sensibilidad.

Todo ello se enmarca dentro de la ruptura, en agosto, de la coalición gubernamental que apenas ha durado cinco meses, y que ha contribuido a acrecentar el vacío político. Si a ello se suman las múltiples insurgencias y enfrentamientos violentos que se suceden en Pakistán (los baluches, por un estado propio; las pugnas entre chiítas y sunitas; la insurgencia en las zonas tribales; la presencia de militantes islamistas extranjeros en torno a Al-Qaeda, el auge del movimiento talibán paquistaní...) se podría dar «una peligrosa ramificación de todo ello en la estructura política y económica».

Las diferencias entre los dos partidos mayoritarios, el PPP de Zardari y la PML-N de Sharif, han desencadenado la nueva crisis. La PML-N pretende restaurar en sus puestos a los jueces apartados por Musharraf, pero el actual presidente, Zardari, teme que con esa medida se anule la amnistía que le aplicaron a él y que le ha permitido hacerse con la Presidencia y que se cierren al mismo tiempo los casos de corrupción contra él.

Zardari ha maniobrado estas semanas para atraer a sus hasta ahora enemigos políticos. Así, ha nombrado embajador en Washington a Husain Haqqani, que dirigió la campaña contra Bhutto en 1988. Con su designación como representante permanente ante la ONU, ha logrado también el apoyo de la poderosa familia Haroon, enemiga tradicional del partido de Zardari. Además, está buscando acuerdos con antiguos aliados de Musharraf y con el influyente movimiento religioso Jamiat-i-Ulema-i-Islam.

Sus recientes declaraciones acusando de terrorismo a los movimiento armados de Kashmir también pueden añadir un nuevo factor desestabilizador, si éstos deciden responder violentamente esas palabras.

La potencialidad nuclear, el vacío político, las mil y una luchas armadas y la presencia de Al-Qaeda son elementos que no ayudan a generar un clima de paz, y si a ello se suma la intervención interesada de EEUU nos podemos encontrar con un nuevo frente de guerra, esta vez con epicentro en Pakistán.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo