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Privatizar el Sur, nacionalizar el Norte

En los últimos días apenas transcurren unas horas sin que alguno de los máximos representantes de la política o las finanzas de los «países ricos» se coloque ante cámaras y micrófonos para anunciar un plan con el que rescatar a los grandes bancos de la quiebra porque, según aseguran, es mejor dejar miles de millones de euros y dólares a estas entidades privadas que tan mal han funcionado -esto ya no lo pueden negar ante la opinión pública- antes que cambiar de raíz un sistema económico que -esto no lo quieren admitir- es el auténtico factor que ha provocado esta crisis global.

Paradójicamente, los representantes del Norte que, como ayer ocurrió en París, están planteando a salto de mata, de forma más o menos explícita, la nacionalización de la banca son los mismos que en los últimos años han lanzando furibundos ataques a los países del Sur que intentan desarrollar planes más reposados para nacionalizar sectores estratégicos, como la explotación de los recursos naturales o las reservas energéticas. Quienes han lanzando una batalla abierta -ahí están los casos de Bolivia y Venezuela- contra el control estatal de unos recursos que podrían permitir a millones de personas salir de la pobreza y alcanzar una vida digna son quienes hoy ponen los fondos públicos al servicio de entidades privadas que fomentan la desigualdad económica y social entre las personas.

Hace tiempo que desde los «países pobres» se venían reclamando alternativas al modelo de la globalización neoliberal y, cuando decidieron ponerlas en práctica, la respuesta que recibieron del Norte fue la defensa a ultranza de la privatización del suelo, de las semillas, de la banca, de las reservas de gas y petróleo e, incluso, de la administración pública.

Mientras en el Norte se ocultaba con celo el hecho de que la crisis galopaba hacia el desastre económico, en el Sur ya se habían puesto manos a la obra. Ahora, cuando los defensores de la globalización capitalista hacen repicar las campanas de alarma, conviene que, en lugar de huir despavoridos, volvamos la vista hacia otros puntos cardinales geográficos e ideológicos.

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