Falleció con un fusil y con una granada de mano, en tierras muy alejadas de su Arrasate natal, y luchando hasta su último aliento. Se llamaba Pakito Arriaran y murió en el Chalatenango salvadoreño a manos del Ejército que asediaba la retaguardia de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí. Militante de ETA, el año que viene se cumplirán 25 años desde que llevó hasta el final su compromiso con el internacionalismo activo; el que se escribe con letras mayúsculas.

Pero ni aquí ni allí se le olvida. «Pakito Arriaran, de Arrasate a Chalatenango», es el título que lleva el libro que acaba de publicar la editorial Txalaparta. Una biografía inusual recogida en 158 páginas e ilustrada con diversas fotografías de la etapa revolucionaria de El Salvador durante la década de los 80. Inusual, porque está escrita a varias manos. Desde un escritor salvadoreño que no llegó a conocerlo, hasta un luchador argentino internacionalista activo como «Juancito», que volvió años después a las quebradas de Chalatenango. Allí recogió testimonios directos de salvadoreños que convivieron, que rieron, que lloraron y, como no, que lucharon codo con codo también con el militante de Arrasate. ¿Que quién es «Juancito»? Eso es, exactamente, lo que cuenta el libro que se presentó ayer en Alde Zaharra de Donostia.

Históricos militantes de la izquierda abertzale como Txomin Ziluaga e Itziar Aizpurua arroparon la presentación del libro, en la que también participaron la madre de Pakito Arriaran, Kristina Arregi, y su hermano Felix. También acudió el que definieron como uno de los «culpables» de que este relato testimonial haya visto la luz en estas fechas: José Luis Estevez, «Gato». Uno de quienes, por fuerza, ayer no pudo estar presente aporta lo suyo también en el último capítulo del libro. Se trata de Iñaki Gonzalo, Kitxu, encarcelado en la prisión española de La Moraleja. «Las cosas apenas han cambiado, Juan -escribe, dirigiéndose a Pakito Arriaran-. En Euskal Herria, chavales jóvenes que no habían nacido cuando te asesinaron han ido cogiendo tu testigo generación tras generación y muchos adquirimos el compromiso definitivo animados por tu mirada clara, por el ejemplo de tu entrega militante». Deja para el último párrafo el recordatorio, dirigido al lector, de que Arriaran no fue, no ha sido, no es el único vasco que falleció en El Salvador luchando en la revolución surgida del pueblo llano.

Así, recuerda, casi como un preludio del que será su próximo libro, a la joven médico de Gares Begoña García, Alba. También a Marta González, otra vasca que falleció en las filas de la guerrilla y que adoptó el nombre de guerra de Begoña, en recuerdo de la cooperante navarra ejecutada.

«Lo que es tener dos pueblos que amar»

Dicen, y así lo corroboraron en la presentación los que lo conocieron, que «Juancito» dejó dicho que a él no lo atraparían vivo. El libro ofrece, al respecto, también esa visión por boca de una guerrillera, quizás la última, que lo vio con vida. Mientras que Pakitot Arriaran falleció a manos de los soldados, ella fue hecha prisionera, y todavía recuerda la respuesta del jefe del batallón: «¡Por la gran puta! Lo hubiéramos agarrado vivo, pero como no se dejó agarrar, lo tuvimos que matar».

Aunque, lo mejor, seguramente, es lo que él, el infatigable luchador de Arrasate, dejó escrito en la que fue la última carta a sus familiares. «Un día de éstos me di cuenta de lo que es pertenecer al mundo, de lo que es ser vasco, de lo que es ser luchador, lo que significa ser de aquí, lo que es tener dos pueblos para amar, un mundo por el que luchar. No me puedo dividir, no puedo elegir aquello no, esto sí; aquello sí, esto no».