«Intentar entender una realidad social tan injusta es lo que me empuja a escribir»
Najat el Hachmi, Escritora Y AUTORA DE «EL ÚLTIMO PATRIARCA»
Nacida en Marruecos en 1979, Najat El Hachmi se trasladó a Vic a los ocho años de edad. Licenciada en Filología Árabe por la Universidad de Barcelona, la obra «Jo també sóc catalana» (Yo también soy catalana) fue su estreno literario en 2004. Con su reválida, «L´últim patriarca» (El último patriarca), ha conseguido el Premio de Novela Ramón Llull 2008, el más importante de las letra catalanas.
«El último patriarca» (Planeta, 2008), es la primera traducción -después vendrá la edición en francés y, probablemente, alguna más- de la obra con la que la joven catalana de origen marroquí Najat El Hachmi ha logrado el premio más prestigioso de las letras catalanas, convocado por Planeta y el Gobierno andorrano y dotado con 90.000 euros. El pasado San Jordi fue la novela más vendida.
«L´últim patriarca» retrata, en la primera parte, al cruel Mimoun, padre de familia que somete a su voluntad y de forma violenta a su familia, para dar en la segunda protagonismo a su hija, narradora del desgarrador relato que presenta, de forma directa y concisa, la historia de una familia que emigra de su Marruecos natal a Catalunya, tal como en su día hiciera la autora.
Premios, ventas... ¿Cómo lleva el éxito de la novela?
Me ha cambiado un poco la vida, y ha sido un cambio muy positivo. El premio te da un poco más de margen para dedicarte a lo que más te gusta y, de alguna forma, comprar un poco de tiempo para poder escribir.
¿Su sueño desde la infancia?
Pasados unos meses del primer impacto del premio, de la promoción del libro y de los resultados que dio, es cuando empiezo a disfrutarlo y hacerme una idea de que, al menos durante una temporada, podré dedicarme más a lo que siempre quise ser y me imaginaba que sería dentro de veinte o treinta años: esto de «quiero ser escritor, quiero ser escritor» y que, en realidad, no sé en qué consiste.
Ha escrito dos obras muy cercanas a su entorno, a su mundo.
No creo que pudiera escribir de algo que desconozco del todo. Una escribe de lo que más conoce, de lo que más te asombra en lo que te rodea. La necesidad de explorar todos esos elementos de lo que tú vives en el día a día siempre va a estar ahí. Eso no quiere decir que siempre vaya a hablar de personas de origen marroquí -me gustaría que no se diera mucha importancia a mi origen-, pero no quiero renunciar a escribir de lo que más conozco. Y esta novela bebe mucho de lo que viví de pequeña.
Sin embargo, la temática es muy contemporánea y podría suceder en cualquier lugar.
El tema es lo social, las relaciones humanas, cómo son de complejas, cómo de difíciles, cómo es de extraño la forma en que nos movemos. Creo que es ahí donde voy a seguir siempre, porque creo que ese es el motor de mi escritura, lo que me empuja de alguna forma a escribir. El intentar entender esa realidad social que me cuesta tantísimo por injusta y chocante.
Cuenta una historia paralela a la suya. ¿Autobiográfica?
Sí, es evidente que son muy parecidas, pero no creo que eso sea tan relevante, sencillamente son líneas paralelas. También es el proceso que viven miles y miles de hijos de inmigrantes en muchas ciudades europeas.
Lo hace de una manera muy directa, a veces un tanto cruda.
La literatura no es tanto lo que cuentas -los temas están más que agotados y los estamos explotando hace siglos-, sino cómo lo cuentas y cuál es el punto de vista desde el que lo cuentas. Es la única aportación que puedes hacer: tu punto de vista, tu mirada sobre los hechos y tu forma de ver las cosas.
¿Haber trabajado como técnica de acogida de inmigrantes le ha ayudado al abordar el texto?
La verdad es que sí, porque conoces muchos adolescentes que están en esa cosa de la crisis identitaria. No saben muy bien en qué lugar ponerse ni a que mundo pertenecen, y están intentando buscar su propia individualidad, a pesar de que estén confundidos y todo los guía hacia el desarraigo absoluto. He estado en contacto con alumnos de familias magrebíes y veía cómo la misma historia se repetía. Cómo están de perdidos, cómo no tienen ningún referente, y cómo no había nadie preparado a su alrededor que les pudiera explicar qué era lo que les estaba pasando.
¿Qué papel juega la fe musulmana en la trama de «El último patriarca»?
La religión le sirve al patriarca para justificar su actitud y su comportamiento. Cuando le conviene es muy creyente y cuando no, no lo es nada. Es un poder con el que juega y utiliza para imponer su voluntad.
¿Un poder despótico que esconde la debilidad y la cobardía del patriarca?
Precisamente. Si fuera un personaje seguro de sí mismo y muy confiado, no tendría la necesidad de imponerse de la forma en que lo hace, podría hacerlo a través del respeto. Él no termina de ser un patriarca al 100%, como lo fueron sus predecesores. Vive el final de ese orden y él se da cuenta, aunque intente perpetuarlo. No se impone como jefe de familia, porque, sus métodos son tan despóticos que no consigue el respeto de los demás sino su control, atemorizar a los que le rodean.
Hay poco espacio para el cariño y el amor en la novela, ni siquiera el de la madre hacia los hijos.
La madre está dependiendo de esa otra persona de una forma tan absoluta, que la relación con la hija tampoco puede ser del todo normal. Al someterse ella a ese poder, tiene que convencer a la hija para que también se someta, porque si no, de alguna forma y siempre desde el punto de vista de la madre, la hija va a tener muchos más problemas, muchísimas más dificultades.
Viven marcados por la situación de violencia doméstica a la que los somete el padre.
En la situación de violencia que está viviendo la madre difícilmente va ha poder transmitir mucho cariño, pues es una persona marcada por esa circunstancia. Nada es normal ni igual que en otras familias, por eso el comportamiento de la madre respecto a sus hijos es también muy peculiar.
Todo está contado en los ojos de la hija, sujeto activo de la ruptura de ese orden establecido.
Ese es su trabajo en esta novela, intentar encontrar su lugar, sacarse de encima todo este orden e intentar plantearse cómo las cosas pueden ser distintas.
Anartz BILBAO
Sorprende que el narrador sea omnisciente y que no haya diálogos en la novela.
Las acotaciones «este dijo, el otro respondió», me sacaban mucho ritmo, hacían que el texto fuera mucho más lento. Por eso, los personajes hablan directamente a través del texto. En cuanto al narrador, parece la voz de la niña pero al mismo tiempo es una voz omnisciente, por lo que es un narrador un poco tramposo.
Es una novela extensa, pero directa y concisa.
Creo que hay muchas novelas en el mercado a las que les sobra demasiado texto. Si a una novela le arrancas dos páginas y el lector se queda igual y no se pierde nada, esas páginas sobran. Para mí escribir tiene que ver con contenerte, con decir lo que te interesa decir y, también con recortar. Esa es mi intención y creo que, en el futuro, lo puedo depurar más.
En época de crisis, contención.
En las épocas en las que nadie conocía ni veía nada, porque todo estaba lejos y era más o menos desconocido, el describir con todo lujo de detalles algún objeto hacía que te hicieras la idea de cómo podría ser. Pero en esta época, por la invasión de la imagen que vivimos, no necesitamos descripciones de cosas que ya conocemos. Lo que sí necesitamos es que nos enfoquen unos detalles u otros que a lo largo del texto tendrán su importancia. No sé si lo he conseguido, pero esa es mi intención al escribir. Es como un principio para mí.
El proceso de escribir, ¿le resulta embarazoso?
Escribo muy rápido, pero tardo muchísimo, porque, antes de ponerme a ello, me voy embarazando y embarazando. Cuando escribo, sin embargo, es un proceso muy intenso y corto, porque temes no dejar que el texto fluya bien, tal como lo tienes en la cabeza.
¿Le preocupa la reacción de su entorno más cercano al leer este libro?
En el entorno más cercano te expones mucho y eres más vulnerable; te abres en canal, porque saben exactamente qué es tuyo, qué no. Pero si pensasa en quién puede leer mi libro y quién puede reaccionar mal, tendría una parálisis tal que no podría escribir.
Escribe en catalán, que no es tu lengua materna.
Mi lengua materna, la que hablo con mis padres, es el rifeño. El catalán no es mi lengua materna, pero es mi lengua. Es la que aprendí a escribir, en la que me escolaricé, en la que he leído muchísimo y la que uso en el 80% de las situaciones comunicativas a lo largo del día en mi entorno. Yo pienso en catalán.
A. B.