Woody Allen refleja en sus historias los problemas y las dudas que asaltan al creador a la hora de elaborar sus obras. Al mismo tiempo, gira la cámara hacia su universo más íntimo, hacia fobias y filias personales vinculadas al judaísmo, los agentes de seguros, las relaciones de pareja, la hipocondría y el miedo a la muerte.

Su historia como cineasta se remonta mucho tiempo atrás, antes del Woody Allen que conocemos. Un buen día el productor y agente de Hollywood, Charles K. Feldman, que llevaba las carreras de estrellas como John Wayne y Marylin Monroe, descubrió al actor en el «The blue angel» de Nueva York. Ese día, el visionario abogado decidió que aquel judío pelirrojo y con gafas iba a escribir guiones para la gran pantalla. Woody Allen era ya por aquel entonces un cómico de gran éxito. Amante del trabajo de Chaplin, Groucho, Harold Lloyd o el mismísimo Bob Hope, el neoyorquino se ha acercado al humor de los Hermanos Marx adoptando el papel de hombre inseguro y desgraciado. Seguidor del slapstick y admirador confeso de Preston Sturges y, porqué no, de Bergman y Fellini, otra de sus debilidades es la historia de amor que vive con la ciudad de Nueva York. Reflejada en sus guiones, su querencia alcanzó su punto álgido en el tributo que Hollywood rindió a la gran Manzana en la ceremonia de los Óscar del 2002. Un tributo que tuvo a Allen de maestro de ceremonias. Ese día olvidó su cita con el jazz y asistió por primera vez a la ceremonia de la academia de cine norteamericana. «Creí que me habían llamado para devolver los Oscar que había ganado por `Annie Hall´ pero ha sido para rendir un homenaje a mi ciudad». Su ciudad. Una fuente de inspiración que le ha proporcionado los pedazos de realidad que necesita para transformarlos en personajes, situaciones y diálogos mágicos. Sus películas sobre la vida en la urbe, sobre la industria cultural, nos hablan de la naturaleza del ser humano y de Woody Allen en primera persona.

Un nuevo libro,»Conversaciones con Woody Allen», de Eric Lax, nos descubre ahora a través de conversaciones mantenidas durante treinta años, algo más sobre el poliédrico artista. Poliédrico ¿y copión? Pregúntenle a Alexis del Villar por su novela «Goodbye Barcelona», registrada en el Ministerio de Cultura y que fue finalista de los premios Planeta. Dicen que se parece mucho a lo que se cuenta en «Vicky Cristina Barcelona». Vamos, que insinúan que el neoyorquino a hecho algo más que subirse a hombros de gigantes...