La memoria humana es frágil. Tanto que quien diseñó la plantilla rojilla en verano no recordó qué es lo que hubo que traer en el mercado de invierno. No se buscaron los regates inverosímiles de Masoud ni las vaselinas de Ezquerro ni el temple que se le intuye a Vadocz, sino todo lo contrario. La decisión sabia fue fichar a Astudillo, que no aportaba filigranas precisamente, sino músculo, choque, robo de balón y juego aéreo. El «Pulpo» no pasó a la historia rojilla, pero aportó un granito de arena necesario para la salvación.

Pero todo eso se olvidó en verano, y Osasuna paga ahora el pésimo diseño de una plantilla peso pluma que va a tener que hacer frente a un reto sólo apto para pesos pesados: ganar al menos once partidos de veintiocho. La mayoría habrá que amarrarlos primero con uñas y dientes, y después sacarlos adelante con sangre, sudor y lágrimas. Así sí es posible. Así le ganó el Numancia al Barcelona.

Lamentablemente Osasuna no tiene ese perfil, ni siquiera mirando al fondo del banquillo. La duda es si un par de retoques bastarán para endurecer un equipo tan blandito.