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Joxe Iriarte «Bikila» Miembro de Zutik

Decálogo anticapitalista

Uno. Según cuenta el periodista y escritor Ryszard Kapuscinski, en sus «Viajes con Heródoto» en la India descubrió la «relación entre tener nombre y existir». Lo cual coincide con el aforismo euskaldun «izena duen guztiak izana du» (todo lo que tiene nombre existe). Y es que toda maniobra de falseamiento y ocultamiento de la realidad empieza con la adulteración del lenguaje. Por eso, durante casi 20 años, la palabra, el concepto «capitalismo» desapareció del léxico económico y político, sustituido por eufemismos tales como neoliberalismo, globalización, economía de mercado... Así, la naturaleza sistémica se camuflaba tras su última versión, o ideología de moda. Pero privatizar bienes públicos, reducir costos en materia de salarios, mercado libre y deslocalización de empresas y capitales, apropiarse hasta de los genes humanos, condimentos básicos de la receta neoliberal están presentes, con distinta intensidad, en toda cocina capitalista.

La virtualidad de que el capitalismo no fuera nombrado (luego no existía) consistía en que convertía en absurdo e innecesario ser anticapitalista. La mayor parte de la izquierda dejo de ser anticapitalista, limitándose en el mejor de los casos (dado que el ala social-demócrata paso a ser social-liberal) a ser antineoliberal.

Dos. Súbitamente, y a efectos de dicha crisis (según el economista Iñaki Uribarri, surgida como consecuencia de «la baja de la tasa de ganancia, la desproporción o desequilibrios entre el sector de bienes de inversión y el de bienes de consumo, el infraconsumo provocado por la falta de demanda y la sobreacumulación o sobreproducción»), resulta que sí existe el capitalismo, y la crisis es vista como «su» crisis. Bien es cierto que unos lo hacen abogando por su reforma, otros para refundarlo, y otros (entre lo que me incluyo) por darle la estocada mortal .

¿Por qué? Porque es un sistema moralmente injusto, explotador y depredador de personas y del ecosistema, y además insostenible a largo plazo, y cuanto antes acabemos con él menos dolor y más probabilidades tendremos de instaurar un sistema socialmente más justo y ecológicamente mas sostenible. Sólo que para ello hay que aprovechar las oportunidades. Ellos hacen lo mismo, aprovechar todo tipo de crisis a su favor. Conviene leer el excelente libro de Naomi Klein: «La doctrina de Shock (el capitalismo del desastre)».

Tres. El capitalismo, ese sistema nacido (según Carlos Marx, «chorreando sangre, sudor y lágrimas por todos los poros de su piel» y que ha producido todo tipo de guerras y calamidades) hace unos 500 años, y que unos ideólogos financiados por el sistema nos han pretendido vender como «El fin de la Historia» (o sea, el no va más del desarrollo humano) asociándolo a la democracia como la noche acompaña al día, nos ha demostrado que es todo menos democrático. Además de no dudar en asociarse a sistemas como el fascismo, el nazismo, y todo tipo de dictaduras militares, ha logrado escamotear durante su periplo neoliberal el control y/o la ingerencia de las instituciones democráticamente elegidas y, por supuesto, de las organizaciones de defensa de los asalariados y consumidores.

Cuatro. El capitalismo es un sistema, según Marcel Claude, sustentado en la «codicia, en la búsqueda del lucro para todo capital que pueda obtener una rentabilidad... en un afán desordenado de poseer y adquirir riquezas», para lo cual explota, arrasa y oprime a quien haga falta. Pero además de codicioso es injusto, globalmente ineficaz desde parámetros de sostenibilidad y racionalidad económica. Cada equis tiempo entra en crisis, con dramáticas consecuencias (bancarrotas, paro, hambrunas y guerras). El capitalismo lleva la crisis inscrita en sus genes.

Durante un tiempo, cual deportista dopado hasta la cejas, funciona a pleno rendimiento, hasta que empieza a dar síntomas de agotamiento y al final se derrumba. Y si no se le expulsa, vuelve a descubrir nuevos métodos de dopaje y a seguir pedaleando, aunque sea hacia el abismo.

Cinco. Ciertamente, nada más erróneo que pensar que las crisis, incluso las que suponen un derrumbe momentáneo del sistema (como ocurrió en el crac del 29-33), traerán por sí mismas la liquidación o superación del sistema capitalista. Las lecturas teleológicas sobre la inevitabilidad de su desaparición, como las que realizó la socialdemocracia de principios del siglo XX, así como ciertos marxistas deterministas, se han demostrado erróneas. El capitalismo es lo suficientemente fuerte, versátil y dotado de recursos, entre ellos los de los estados, para reflotarse cargando a terceros los efectos de la crisis, si no se le obliga a lo contrario (esa es la lección de la Revolución Rusa, a pesar de su desenlace final). No en vano dispone también a su favor de todos los recursos del estado (¿por qué hemos dejado de llamarlo burgués?). Estado que en su formato o fase neoliberal no ha dejado de adelgazar en su vertiente social para fortalecerse en el terreno represivo (con leyes que restringen derechos más la readecuación de sus policías y ejércitos).

Seis. La crisis se dirimirá en el terreno político. Aprendamos del enemigo. Éste, primero, tal como hemos mentado, cuando le interesó borró del léxico económico y político el término capitalismo. Pero también las nacionalizaciones (de los sectores productivos, energéticos y financieros) y sobre todo las socializaciones -y no digamos las expropiaciones con carácter social- fueron mandadas al basurero de la historia, incluso por quienes las defendieron históricamente. Ello en absoluto porque en sí mismas tales medidas supusiesen el fin del capitalismo (según en qué circunstancias, le ayudan a superar las crisis), sino porque le estorbaban en esos momentos de ofensiva neoliberal.

Siete. Cierto es que una crisis puramente destructiva, sin alternativas positivas, también nos perjudica a todos, pues son los sectores desfavorecidos los que más sufrirán sus nefastas consecuencias y, además (según la correlación de fuerzas), puede abrir las puertas al fascismo, al racismo y la xenofobia, amén de guerras y todo tipo de dictaduras.

Recordemos la década de los 30, justo después de la Gran Depresión. Luego la izquierda también esta interesada en salir de la crisis en la que nos han sumergido los capitalistas. Pero debe de hacerlo con un doble objetivo: el cambio de sistema como horizonte final y un cambio cualitativo a la corta en materias de bienestar. Y para empezar, obligando a que la crisis la paguen sus autores, los banqueros, especuladores de todo tipo, sectores que han buscado el dinero rápido agrediendo los ecosistemas y generando un consumismo dilapidador. Igualmente sus colaboradores (gobiernos neoliberales y social- liberales). Lo deben pagar a cargo de sus bienes privados y, si hace falta, con responsabilidad penal.

Ocho. Nada será posible sin lucha, sin articular una línea de resistencia en la calle, en las fábricas y en las instituciones, que combine la defensa de lo mejor del Estado del Bienestar compatible con un desarrollo sostenible (que incluye el frenazo de muchas áreas productivas y modos de funcionamiento socialmente innecesarios) y avances cualitativos en el control y socialización de los recursos productivos, económicos y energéticos que deben formar parte de la agenda política y de la actividad social de la ciudadanía. Hay que meter en la agenda el debate sobre qué producir, cómo producir y para qué producir. Todo ello con el objetivo de propiciar una ruptura con el sistema. Justo lo contrario de lo que pretenden hacer los capitalistas y los gobierno títeres.

Nueve. Recordemos que el neoliberalismo, además de beneficios financieros económicos, reportó a la clase capitalista una correlación de fuerzas favorable sin la cual no habría recuperado la hegemonía social, política e ideológica (además de la económica, claro está) un tanto deteriorada tras las conquistas sociales del periodo de la posguerra. Ello produjo derrotas sociales y debilitamiento de la clase trabajadora y de los sectores populares, integración de los nuevos movimientos, arrebatándoles o adulterando su discurso emancipador, etc. Y lo peor de todo es que desarboló todas las corrientes de izquierda: unas corrompiéndolas totalmente ganándolas definitivamente para su causa capitalista (como la socialdemocracia), otras marginándolas o convergiéndolas en puros guetos (como las corrientes revolucionarias).

Diez. Cierto es que nunca todo es negro o blanco. Y desde hace una década se observan esfuerzos y avances por imaginar y diseñar tal alternativa. Tras el grito de «otro mundo es posible», hay una saludable voluntad de romper con la apatía y el desencanto, además de afirmar que nada es imposible. Ni para ellos ni para nosotros y nosotras. Los zapatistas preparan para finales de año el Festival de la Rabia Digna, con la idea de aglutinar voluntades -y rabias- y dar vía libre a discursos emancipadores. Su coincidencia con la crisis capitalista ofrece interesantes posibilidades.

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