Txomin Lorca Miembro de LAB
Confebask, ¿25 años para esto?
Lo suyo lo ventilan con los gobiernos. Con crisis o sin ella, reducción de impuestos, dinero público para favorecer los expedientes de regulación de empleo y miles de millones de euros a libre disposición y a ser posible que nadie se entere de cómo los utilizan
Confebask celebra por todo lo alto su 25 aniversario. Me imagino que tienen razones para ello, porque en los últimos veinticinco años no les ha ido nada mal. Los negocios han funcionado a pleno rendimiento
Han aumentado sus ganancias como hasta ahora nunca lo habían hecho, han conseguido reformar las leyes sociolaborales para tener plenos poderes en la organización de la producción y en la contratación y han dado pasos firmes en la consecución del despido libre y gratuito. Los gobiernos, sean de derechas o de «izquierdas», centrales o autonómicos, les han puesto en bandeja reformas fiscales que han reducido drásticamente sus impuestos hasta colocarlos siete puntos por debajo de la media europea y han conseguido con ello institucionalizar que un empresario sólo declare una renta media de 12.273 euros, cuando las trabajadoras y trabajadores declaran 19.778. ¡Qué majos! Han logrado que las administraciones públicas conviertan en mercancías las necesidades sociales y han privatizado a sus órdenes servicios públicos para que negocien con ellos y mejoren sus cuentas de resultados. Han puesto a su disposición suelo público y privado para que especulen con él y llenen nuestro territorio de cemento. Quienes hoy celebran su veinticinco aniversario se han permitido el lujo de jugar al Monopoly especulando con el derecho a una vivienda digna y han invertido en los casinos de todo el mundo el dinero que han acumulado y no saben qué hacer con él.
Ahora se llevan las manos a la cabeza y exigen que los gobiernos, con el dinero de nuestros impuestos, les mantengan el valor de sus acciones.
Ha habido excepciones, pero a quienes hoy marcan la pauta, rentistas y accionistas que no han pisado una fábrica en su vida, les importa un bledo la sociedad en la que viven y las trabajadoras y trabajadores a los que explotan. En cualquier caso, la unidad de clase está por encima de todo.
Daños colaterales... ¡Qué le vamos a hacer! No importa que la temporalidad en la contratación doble la media europea o que casi la mitad de las trabajadoras y trabajadores tengan un salario por debajo de los mil euros. Qué más da que las mujeres tengan salarios un 30% más bajos que los hombres o que seamos los campeones europeos en siniestralidad laboral y muertes en los centros de trabajo. ¿Qué pasa si con el permiso de los gobiernos se reparten junto con CCOO y UGT el dinero de la formación profesional continua y liquidamos Hobetuz? No es su problema que con los salarios que pagan la juventud vasca no pueda tener proyectos de vida autónomos y nada tienen que ver con que las pensiones cada vez sean menores. ¡A espabilar! ¡A trabajar más horas! ¡A jubilarse más tarde! Lo suyo es el negocio.
Hace siglos que no tienen necesidad de hablar con los sindicatos y bloquean los órganos de participación socio-laboral. No tienen nada que ganar en ellos. La última vez que se sentaron en una mesa fue en 1999 y lo dejaron claro: nada de reducción de jornada para repartir el trabajo. Una huelga general y, después de aquello, nada de nada. La CEOE les hace el trabajo. Las reformas que se pactan en Madrid y en Nafarroa son estupendas, para qué se van a molestar. ¿Marco de qué? ¿De relaciones laborales...? ¿Diálogo social? ¿Qué necesidad tienen de meterse en esos fregados?
Lo suyo lo ventilan con los gobiernos. Con crisis o sin ella, reducción de impuestos, dinero público para favorecer los expedientes de regulación de empleo y miles de millones de euros a libre disposición y a ser posible que nadie se entere de cómo los utilizan, y vista gorda para el fraude en la contratación, el fraude fiscal y la economía sumergida.
Entre canapé y canapé hablarían de la bolsa, de la seguridad que dan los bonos del tesoro y de que si la empresa va mal, ¡se cierra y punto! La crisis abre nuevas posibilidades, como dijo Ibarretxe. Sólo los ingenuos piensan que van a acabar con la contabilidad creativa o la ingeniería de los fondos de inversión o los mercados de futuro para especular con las materias primas y los alimentos. Que las aguas vuelvan a su cauce y todo volverá a ser igual; ya lo ha dicho la vicelehendakari: «en dos trimestres se producirá el ajuste» y volverán a lo de siempre, a ganar dinero a espuertas como lo han hecho hasta la fecha.
Al aniversario le han querido dar un toque especial. Lo han hecho a lo grande, con lustre y esplendor, con invitación al Rey ¿A quién si no? Al rey de España que, como muchos de nosotros, vive de su trabajo. Hay que hacer patria para que vean que aquí pueden contar con ellos, que a veces discuten sobre autonomía fiscal para bajar el impuesto de sociedades o blindar el concierto económico, pero que no se preocupen, que el empresariado vasco no está para nada interesado en aventuras soberanistas. Las cosas de andar por casa que las arreglen entre Patxi López y Urkullu.
A todo este rollo habrá que ponerle fecha de caducidad. Si no, dentro de veinticinco años van a celebrar el cincuenta aniversario cómodos en España, con otro rey y con otro lehendakari, ¡digo yo!, dejando que la CEOE negocie por ellos y haciéndose de oro a costa de nuestro salario actual y diferido.