Crónica | Acción antinuclear
Greenpeace demuestra a Zapatero que cerrar la central de Garoña es posible
Greenpeace le recordó ayer a zapatero su promesa de abandono de la energía nuclear. Y la central de Garoña debe ser el primer paso. Unos sesenta activistas de esta organización ecologista cerraron durante once horas el acceso a la planta burgalesa.
Joseba VIVANCO
«Yo soy antinuclear», reza la última campaña de Greenpeace en el Estado español. Ayer, unos sesenta miembros de esta organización ecologista hicieron lo que el Gobierno Zapatero prometió en su programa electoral, pero se resiste a cumplir: comenzar con el abandono progresivo de la energía nuclear y qué mejor manera que empezar con el cierre de la planta más vetusta, la burgalesa de Garoña.
Sobre las 6.00, y con nocturnidad, decenas de simpatizantes de Greenpeace irrumpían en el puente que daba acceso a la central nuclear burgalesa. Un camión especial, traído del extranjero, depositaba frente a la misma puerta de entrada de la planta un contenedor amarillo donde se leía: ``Antinuclear''. En su interior, al menos ocho activistas. Fuera, varios compañeros más se encadenaban en los dos puentes que daban acceso a la instalación.
Todo sucedía en cuestión de segundos. El personal de seguridad de la planta, sorprendido, amenazaba a los activistas, primero con sus perros; luego, directamente proyectaba contra ellos sus mangueras de agua a presión. La mojadura era de aúpa, pero la acción sigue adelante. Media hora después de su inicio, el contenedor era anclado al suelo y sobre el mismo se instalaba una enorme pancarta donde, con la llegada de la luz del día, se leería durante las próximas horas: ``Garoña, cierre ya''.
Sobre las 6.45 llegaban las primeras patrullas de la Guardia Civil, que analizaban la situación. Pronto lo hacían los trabajadores del nuevo turno, pero a pie. Las dos pasarelas de acceso estaban cortadas por una cadena humana.
Poco después, las emisoras de radio comenzaban a hacerse eco en sus noticiarios vespertinos de la acción llevada a cabo por Greenpeace. Pronto, la central nuclear de Garoña estaría cercada, esta vez, por decenas de representantes de los medios de comunicación. «Aquí sólo falta el ``Marca''», diría uno de ellos.
Eran ya las 11:00. Los activistas que se habían colocado alrededor del contenedor seguían empapados. Llevaban así varias horas y la temperatura no superaba los 10º. Llega la ropa de recambio. Uno de ellos se quitaba una de sus botas; estaba llena de agua. Por el contenedor asomaban las caras, brazos y piernas de dos de quienes permanecían dentro del mismo. «Están dispuestos a aguantar días. Tienen dentro de todo, hasta un inodoro químico. Son gente recia», comentaba Carlos Bravo, responsable de la campaña antinuclear de la organización ecologista. «Si quieren llevarse el contenedor de ahí no lo van a tener fácil», añadía.
A mediodía, una pareja de agentes de la Guardia Civil de Tráfico -son quienes vigilan el lugar- se acercaban a los encadenados en los puentes y encartelados junto al contenedor para interesarse sobre cómo se encuentran. Uno de ellos era un comandante, el cual a lo largo del día se ganaría el apelativo de `poli bueno', por su actitud paternal con los activistas, tanto que hasta uno de ellos insinuó que «a éste le mandaremos una camiseta».
Durante el resto de la mañana y primeras horas de la tarde la calma reinante se asemejaría a la tranquilidad con la que discurre el Ebro. El `poli bueno' comunicaba a los encadenados que no quedaría más remedio que desalojarlos, si no deponían su actitud. Después, cuatro miembros de los Grupos Rurales de la Guardia Civil se acercaban a inspeccionar el contenedor.
Sobre las 13.15, el `simpático' comandante acompañaba a dos secretarios judiciales para comunicar a los activistas una resolución de la subdelegada del Gobierno en Burgos, por la que se les informaba de que la acción era ilegal y que debían liberar el paso a la central. «Luego vuelvo a pasar y les pregunto si se mantienen un poquitín en su posición», les comentaba con tono conciliador el mando policial a varios de ellos. «Si hay que intervenir espero que nos dejen a nosotros y así acabará esto de una manera coherente», les decía, haciendo alusión a que mejor que sean ellos, de Tráfico, quienes interviniesen, que los antidisturbios, que estaban por llegar. «Mira que son ustedes cabezotas», les recriminaba viendo que no conseguía su propósito.
Mientras la espera hacía mella más que el frío, residentes en la zona y miembros de la Asociación de Vecinos Afectados por la Central Atómica acercaban a los activistas unos pucheros con lentejas, bebidas y café. Les daba el tiempo justo para probarlo, porque sobre las 15.30, la Guardia Civil ordenaba a los periodistas abandonar el puente «para dejar paso a los compañeros».
Quince minutos después, llegaban dos furgonetas y cinco todoterrenos de la Agrupación Rural de Seguridad de la Guardia Civil. De los vehículos descendían numerosos agentes que procedían a retirar en volandas o arrastras a los primeros activistas encadenados. «Un poco más adelante y los tiran ya al río», comentaba un vecino de la zona que se había acercado, en su caso a curiosear.
Los participantes en la protesta de Greenpeace son introducidos en coches policiales y trasladados a cuarteles de localidades próximas. Lo hacen entre gritos de ánimo. Pero falta el contenedor. Había que sacar a los activistas de su interior. «¡Cuidado con la radial!», se escuchaba desde el otro lado del puente, en el momento en que comenzaban a saltar chispas. Sobre las 16.15 conseguían abrirlo y sacar a los miembros de Greenpeace.
Casi media hora después, una treintena de ecologistas iba camino del cuartelillo. Sólo quedan tres en el interior del contenedor. «Aguantad ahí dentro, que se ganen el sueldo», gritaba alguien. Finalmente, eran desalojados y se daba paso a la enorme grúa que arrancaba del suelo el contenedor. La Guardia Civil lograba su objetivo, pero Greenpeace también. El cierre de Garoña, ¿un poco más cerca?
Greenpeace informó de que dos de los activistas del interior del contenedor fueron trasladados a un centro sanitario por las heridas sufridas durante el desalojo. Sufrían varios cortes y uno de ellos presentaba una fractura en un pie.
Ekologistak Martxan saludó «con plena y total solidaridad» la acción de protesta de Greenpeace, mientras que el el Foro de la industria nuclear española tachó de «absolutamente injustificadas e inadmisibles» las protestas.