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Víctor Moreno escritor y profesor

Paliar, cúpula y corifeos

Con el diccionario en la mano, el autor desgrana tres términos de frecuente utilización en el discurso público: «paliar», «cúpula» y «corifeo». Con un ameno análisis léxico de los tres términos, que desvela un uso habitualmente inadecuado de los mismos, mantiene que los errores en el lenguaje no son siempre inocentes. Así, la primera acepción en el diccionario de la palabra «paliar», muy de moda entre la clase política, refiere a conceptos como «encubrir o disimular», antes que «mitigar». No resulta difícil sacar las conclusiones pertinentes.

Estoy convencido de que paliar es el verbo que con más frecuencia se ha usado en estos últimos tiempos. Se ha utilizado para «paliar los efectos de la sequía», «los estragos del paro», «la situación de los refugiados», «la mala racha del equipo local», «la crisis de pensamiento, de fe, de vocaciones religiosas, agrícolas, de lectura, de escritura, de amargura y de tristeza».

Por paliar, desde luego, que no quede. Aquí cualquiera es capaz de paliar hasta el lucero del alba y, si se trata de meter mano en el erario, ni te cuento. Especialmente, si se repara en la primera acepción semántica del término, que es, en puridad, el significado que debería primar: «encubrir, disimular, cohonestar».

Hasta el ministro de turno hará lo indecible para que se apruebe una orden, decreto o catecismo, que tienda a «paliar los efectos de la crisis económica actual». Aquí todo el mundo palia o palía, que ambas formas permite la Academia.

A estas alturas, el verbo paliar es como dicen que era antes la cabeza de San Gregorio, pura reliquia milagrosa. Había una peste de canutillo o de oídio, o una sequía, pertinaz como las creencias de Rouco, pues, nada, se sacaba la cabeza del santo, y todo se paliaba al momento. Lástima que no exista un cráneo similar actual para hacer lo propio con las hipotecas y la clarividencia de los economistas.

Ciertamente, paliar no es, en primera instancia, sinónimo de contrarrestar, ni de mitigar, de compensar o de neutralizar. El manoseado verbo paliar tiene este sentido específico y, en primer lugar, en medicina: «mitigar la violencia de ciertas enfermedades de las crónicas e incurables». De ahí lo de «cuidados paliativos».

La primera acepción de paliar, que sería la habitual fuera del ámbito de la medicina, es la de encubrir o disimular. Mateo Alemán, en su «Guzmán de Alfarache», ya hablaba de «tratillos paliados». ¿Por qué? Porque palia y palio son telas para cubrir. Recuérdese la locución adverbial «bajo palio». Durante más de cuatro décadas, nos hemos pasado aborreciendo aquel palio y al que iba debajo, y, mira, tú, por dónde, no hacemos más que recordarlo, menos mal que sólo de modo subliminal, en ciertos casos.

Sería bueno e higiénico devolver al verbo paliar lo que es de su particular paño, y abandonar la manoseada metáfora médica en favor de términos tan olvidados y tan elegantes como el de mitigar, compensar o suavizar.

Y del palio a la cúpula. Cualquiera que mire un diccionario observará que cúpula es la llamada bóveda de media esfera. En botánica significa el verticilo en el que se sujetan algunos frutos. Y en marina, con dicho término se designa la torre giratoria que tienen ciertos buques blindados. Por tanto, algo espacial y sin referencia a jerarquía alguna.

Sin embargo, la mayoría de las veces que se usa dicha palabra se hace con la pretensión -falsa-, de referirnos a la dirección de un grupo, a los gerifaltes de una empresa, al equipo dirigente de una compañía, de un partido político. Recordemos la expresión: «la cúpula del aparato del partido». Que dicho así, más parece cópula que otra cosa.

Con la palabra cúpula nos ahorramos el superior esfuerzo de hablar con exactitud, llamando a las cosas por su nombre: jefes, directores, autoridades, superiores, prebostes, caporales y cabecillas. Resulta extraño nuestro comportamiento lingüístico. Parece que para dulcificar los duros significantes de la palabra jefe lo llamamos cúpula. Eso, sí, todavía no se ha llegado a la situación en que alguien llame tu atención diciéndote:

-Te ha llamado el o la cúpula.

Pero todo se andará.

Pienso que, como en el caso de paliar, el subconsciente vuelve a jugarnos una mala pasada. El símil semiesférico se ha tomado sin duda de la que suele ser la cubierta más alta de las iglesias. Curiosamente, este país, al que se le hace la encía pacharán de origen, quiero decir, que aspira a un laicismo real y a una separación de raíz entre Iglesia y Estado, lo hemos llenado de cúpulas por todas partes.

Aquí todo el mundo tiene su cúpula. La patronal, los sindicatos, los banqueros, los militares, los partidos, los empresarios, la mafia, hasta ETA, sobre todo ETA. Eso, sí. La cúpula de ETA debe de ser como el rabo de las lagartijas. Porque con las veces que la han «descupulado» parece hasta mentira que se reproduzca con tanto entusiasmo y tanta celeridad.

Ciertamente, es muy raro en estos tiempos tan hiperjerarquizados encontrarse algún grupo que no disponga de alguna cúpula, y crápula, por supuesto. Lo cachondo del asunto es que, cuando en Madrid se reúne la jerarquía católica, nadie habla de la Cúpula de la Iglesia, sino de la Conferencia Episcopal. Para una vez que el burro iba bien encaminado...

Y, para terminar, corifeos. Uno que era ducho en emplear dicha palabra era el ministro Corcuera. Ignoro a quién copiaría la expresión. De la boca de aquel ex ministro de la Policía era habitual escupir: «Esta actitud será celebrada por los habituales corifeos de ETA».

Supongo que Corcuera plagiaría a sus cultos compañeros de gabinete y, como era más conductista que una rata de Pavlov, tal vez pensara que, al utilizar dicha palabra, estaba poniendo un pie en el Parnaso literario, como supongo que así lo sospechará el presidente navarro Sanz, también partenaire habitual de dicho vocablo. Sanz, y políticos y periodistas de hoy, que lo siguen usando de modo imperturbable. El penúltimo en utilizarlo ha sido Antonio Elorza, el cual, de estas virguerías de léxico tendría que saber algo más que Corcuera, digo yo. Pero ya se ve que en esto de los dislates lingüísticos tan experto es Agamenón como su porquero.

No solamente se le da un sentido erróneo al término, sino un significado contrario.

Se emplea corifeos para designar a los partidarios o seguidores de alguien. Pero corifeo no es nunca seguidor de nadie. Nunca lo fue. Corifeo es «el que es seguido de otros como jefe, en una opinión, secta o partido». En el teatro de Grecia y Roma se llamaba corifeo al director del coro.

Para entendernos. En esa reunión que tuvieron hace unas semanas los de UPN para decidir si se hacían el harakiri o los longuis autóctonos, no hubo «corifeos de las tesis de Sanz», como decía un periódico de esencias navarras muy esenciales. Sólo hubo un corifeo, el propio Sanz. Y, por supuesto, muchos acólitos, monaguillos y algún que otro sacristán, que, revestido con la astuta ambigüedad de su clase, aspiraba a ser algún día corifeo del PP, y, por tanto, jefe de la otra derecha navarra, para contrarrestar así la política, más o menos aldeana, de Sanz.

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