Una mirada necesaria a la inmigración
El último informe de la Oficina de Estadísticas de la Unión Europea (Eurostat) pone de nuevo en primer plano la cuestión de los movimientos migratorios en el seno de la Unión y aporta algunas novedades al respecto. La principal, quizás, estriba en el hecho de que el número de ciudadanos comunitarios que se trasladan a otro estado miembro de la UE aumenta, hasta el punto de suponer el 40% del total de los movimeintos migratorios dentro de la Unión o hacia la Unión (en este último caso se mantiene la tendencia a la baja). En cualquier caso, es obvio aún que el espacio comunitario sigue siendo un terreno complicado para un flujo más fluido de trabajadores comunitarios de un estado miembro a otro. En esto, como en otras cuestiones, seguimos siendo muy diferentes a Estados Unidos. Aquí imperan las barreras lingüísticas y culturales, pero también las comunicativas, puesto que ni la estructura comunitaria ni mucho menos sus estados miembros aportan lo necesario para incentivar esos movimientos, que serían naturales si realmente el actual modelo de integración europeo estuviera consolidado y plenamente integrado en la vida política, social y laboral de los europeos (que no es el caso). Algo difícil de conseguir si, por ejemplo, la UE sigue sin reaccionar a la tendencia a la baja que reflejan programas hasta ahora tan emblemáticos como el Erasmus (acrónimo del nombre oficial en inglés del Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios). El Programa Socrates (en el que se integra el Erasmus) está ya en su tercera fase, pero comienza a mostrar señales evidentes de estancamiento. Si la UE ni tan siquiera se cree sus estrategias básicas paneducativas difícilmente podrá incentivar movimientos de personas y trabajadores de forma natural en el futuro. En su lugar, prefiere mirar al exterior y mantener su tradicional doble rasero: cerrar las puertas excepto a los inmigrantes «cualificados», esos que entrarían con la «tarjeta azul» (copia de la verde estadounidense). De los ocho millones de «sin papeles» no dicen nada; a esos, o los explotan o los expulsan.