CRíTICA cine
«Gomorra»
Mikel INSAUSTI
Todos aquellos que daban por enterrado al cine italiano se asombran ahora de su vitalidad, de una energía que para sí quisiera la producción de Hollywood. Las comparaciones se buscan entonces en otras cinematografías pujantes como la brasileña, y el trabajo de Matteo Garrone es equiparado al de Fernando Meirelles, en cuanto ambos han sabido reflejar un tipo de violencia local, con sus diferentes rasgos identificativos. “Gomorra” es una crónica sucinta del estado de cosas que se vive en la convulsa Nápoles, con unos cuantos relatos que transcurren en paralelo pero bastan para un acercamiento a la realidad de fuerte impacto visual. La película recupera la crudeza descriptiva de la primera etapa de Pasolini, pues desde comienzos de los 60 no se había visto una recreación de ambientes marginales italianos tan en carne viva.
El trabajo de Garrone sobrecoge por el tremendo verismo de unas localizaciones y unos personajes únicos. La sola contemplación de las Velas de Secondigliano, esa colmena humana de viviendas ruinosas construidas al modo de las pirámides mayas, ya resulta desoladora y condiciona cada acontecimiento que se sucede en tan hostil e inhabitable entorno. Los diálogos están plagados de frases antológicas, las cuales suenan mucho mejor en la versión original. Están dichas con descaro y una actitud callejera, como si no hubiera ningún guionista detrás porque las dicen vecinos anónimos de Scampia o de Casal Di Principe, para los que la convivencia con la Camorra es moneda común. Las imágenes de los jóvenes que acaban en la pala de una excavadora son duras, pero las más desconcertantes son las de los menores conduciendo los camiones que vierten los residuos tóxicos en una cantera abandonada. No hay expectativas de futuro para una juventud que entra a formar parte de la economía sumergida en cuanto se está en disposición de empuñar un arma, pasando a engrosar así las filas del sistema delictivo de su ciudad.