NBA
La eterna maldición del hermano pobre de Los Angeles
Los Clippers se acogen a la enésima reconstrucción de la franquicia cuando todavía no ha transcurrido ni un mes desde que comenzase la competición.
Izkander FERNÁNDEZ | BILBO
Al principio, la franquicia no estaba en Los Angeles y ni siquiera se llamaba Clippers. A principios de la década de los 70 eran los Braves de Búfalo los que debutaban en la NBA con un récord de 22-60. El mítico Calvin Murphy era su estrella principal. La siguiente temporada fue idéntica. De nuevo 22 victorias y 60 derrotas. Tras casi una década sin superar las 30 victorias la franquicia se va a San Diego, California, y se rebautiza como Clippers.
Comienzo, fracaso, más fracaso y viaje. Un esquema que se repite a lo largo de la historia de un equipo maldito, perseguido por la mala suerte y continuamente pendiente de los numerosos éxitos de sus vecinos ricos, los Lakers de Los Angeles.
Los Clippers vuelven a ser actualidad. Más o menos por las mismas premisas que han estigmatizado el devenir de la «otra franquicia» de Los Angeles. En medio de un comienzo desalentador en el que los que se suponen las cabezas visibles del equipo apenas funcionan, la franquicia se ha visto inmersa en una nube de intercambios que han repercutido seriamente en la fisonomía de su plantilla.
La frenética jornada de traspasos del jueves acabó con Jamal Crawford, máximo anotador de los New York Knicks, en los Golden State Warriors a cambio de Al Harrington. Era Nueva York quien movía el cotarro. Los Knicks buscaban hacerse con los servicios de jugadores que serán agentes libres en verano para asegurarse así, disponibilidad económica en busca de un fichaje de primera línea.
Harrington es uno de ellos, al igual que Tim Thomas y Cuttino Mobley, que de los Clippers pasarán a la disciplina de los del Madison Square Garden. A cambio, a California llegaron Zach Randolph y Mardy Collins.
Tras perder la temporada pasada al jugador franquicia que había llevado a los Clippers a hacer historia, un Elton Brand que fichó por Philadelphia como agente libre, el potencial de los angelinos quedaba en manos del base Baron Davis y el escolta Cuttino Mobley. Como principal estrella del equipo, el primero, y como escudero de lujo, el segundo. Pero en apenas un mes, los Clippers han visto necesario mover ficha en busca de un posible segundo jugador franquicia, Zach Randolph.
Desde el banquillo
De todos modos, el mayor problema de los actuales Clippers no parece estar en la cancha y sí en los banquillos. Vestidos de corto, hay jugadores con talento, anotadores imaginativos que invitan a un planteamiento romántico del baloncesto. Ahí es donde se mueve el citado Baron Davis. Lo mismo ocurre con Ricky Davis e incluso con Randolph. Talento a borbotones y cosmogonía de la canasta. Pero claro, estas situaciones nunca vienen acompañadas de libros de instrucciones. Y a Mike Dunleavy, el malo de la película, le toca lidiar con todo.
Lo cierto es que Dunleavy es rígido. Tanto que asusta. Y en su haber figura el terrible fallo de no haber hecho campeona a una franquicia como la de Portland a principios de esta década, cuando todo el mundo estaba en Oregón y la liga parecía un mero juego de niños.
Así está Dunleavy, con la incomunicación como estrategia, a la espera de que los Davis, Randolph o Camby traguen con su draconiano temperamento.
Hace tres temporadas los Clippers consiguieron pasar una ronda de play off por primera vez en más de diez años tras eliminar a Denver en seis partidos para caer ante Phoenix en siete.
Memphis Grizzlies, Charlotte Bobcats y Los Angeles Clippers son las únicas franquicias de la NBA que nunca han alcanzado un título absoluto, de Conferencia o de División.
Como el resto del equipo, Baron Davis, no encuentra su camino. Llegó a Los Angeles como agente libre, esto es, sin contrato vigente con ninguna otra franquicia, y se convirtió en el primer depósito de esperanzas de los Clippers. Fue uno de los fichajes bomba del verano. Pero los resultados no acompañan y parece que el genial base que dio tanta lumbre a Hornets y a Warriors no termina de encontrar su lugar. Los hechos acontencen como si fuese una novela policiaca. Dicen que Davis ya no se ríe igual cuando sube la bola, que el hermetismo baloncestístico que impulsa Dunleavy desde el banquillo ha convertido al jugador en una especie de zombie. Los resultados son el particular algodón del baloncesto. Los Clippers atesoran 2 partidos ganados por 11 perdidos. Y en el caso de Davis todavía es más sangrante, anota cinco puntos menos que en la pasada temporada y apunta a su peor campaña desde su año de sophomore.