«El inmigrante ilegal vive unos niveles de estrés límites»
Director de Sappir (Servicio de atención sicopatológica y sicosocial a inmigrantes del Hospital de San Pere Claver de Barcelona) y profesor de Siquiatría de la Universidad de Barcelona, en 2002 describió el que bautizó como Síndrome de Ulises. Lo hizo en su libro ``La depresión de los inmigrantes''.
Joseba VIVANCO |
El Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple. Así se denomina el cuadro de síntomas síquicos y somáticos que muchos inmigrantes ilegales sufren en silencio. Sobre ello habló este experto hace unos días en Bilbo, invitado por la Academia de Ciencias Médicas.
¿Síndrome de Ulises?
Así es. En la ``Odisea'', el cíclope le pregunta a Ulises cómo se llama y éste le contesta «mi nombre es nadie y nadie me llaman todos». Ulises se pasaba los días, sentado a la orilla del mar, llorando, suspirando... lejos de sus seres queridos, sin familia.
¿Y en qué se traduce hoy ese síndrome que usted describió?
Yo trabajaba en temas de salud mental con inmigrantes desde los años ochenta, pero a partir del 2000 me pareció ver que estaba cambiando la situación de los inmigrantes, que había empeorado la situación en la que llegaban y que repercutía en su salud mental. En los ochenta, los emigrantes españoles iban con papeles, la familia, salían adelante. Pero las nuevas migraciones llegan en condiciones muy duras, con familias rotas, sin futuro, perseguidos, viven en una indefensión completa... Todo esto acaba pasando factura a su salud mental. Son como Ulises, los nadie, los invisibles y para que haya una salud mental tiene que haber una identidad, una integración social, ser alguien... pero son los nadie.
¿Cuáles son los efectos concretos en estas personas?
Tristeza, llanto, sentimiento de culpa, la idea de la muerte, son algunos de esos síntomas depresivos. El nerviosismo, las preocupaciones, la irritabilidad, insomnio, son elementos que visualizan su ansiedad. En un estudio reciente el 76,7% de los pacientes con este Síndrome padecían cefalea.
Hablaba usted de invisibilidad, porque su imagen visible es la que nos muestran los medios de comunicación...
La patera se ha convertido en el único momento en que los inmigrantes del siglo XXI son visibles, aunque la mayoría no lleguen por este medio. Lo que no vemos es que esta gente sufre mucho y esto da lugar a ese cuadro sicológico que, es importante decir, no es una enfermedad mental, sino un cuadro de estrés. No son personas enfermas, sino estresadas. Y lo recalco porque el sistema sanitario no los trata adecuadamente, los trata como enfermos, inadecuadamente. Este aspecto requiere de un debate, porque el problema no hace sino empeorar. La intervención, creo yo, debe ser ante todo sicoeducativa, aunque también el sistema sanitario intervenga. Pero es más un tema de prevención que de curación.
Ciertamente, a uno se le hace muy difícil ponerse en el lugar de una persona en situación ilegal, o pensar en el estrés de alguien que va a tratar de saltar una valla en la frontera.
Yo suelo decir que es como si ponemos a un grupo de personas en una habitación cerrada a cien grados de temperatura. Ese calor no es normal, pero tampoco lo es estar acosado, perseguido, solo, sin salida... El tema de la inmigración está muy deshumanizado, hablamos de datos, de gráficas, y no vemos a la persona, nos olvidamos de unas personas que viven una auténtica odisea.
Estas personas se enfrentan, según usted, a varios tipos de duelo. ¿Hay alguno especialmente doloroso?
Yo hablo de siete duelos que se suelen dar en todos los inmigrantes, que si son legales suelen ser suaves, pero que cuando la migración se da en circunstancias de ilegalidad no se pueden resolver y llevan al sujeto a una crisis, a ese Síndrome de Ulises. Porque en estas nuevas migraciones del siglo XXI aparecen los duelos extremos. El estrés cultural en relación a la lengua y la cultura, aún siendo muy importante, ha sido superado hoy ampliamente por el estrés de tipo sicosocial y de tipo personal en relación al estatus social, las rupturas afectivas y la integridad física. Esta gente vive niveles de estrés límite.
¿Qué miedos desencadenan ese estrés?
El miedo a la soledad, al fracaso de no lograr siquiera las mínimas oportunidades para salir adelante, a la lucha por la supervivencia o el miedo a los peligros físicos del propio viaje o de posibles coacciones. No olvidemos que en el Estado español se expulsa a un inmigrante cada cinco minutos, según datos oficiales. A nivel biológico sabemos que el miedo crónico e intenso fija las situaciones traumáticas a través de la amígdala y da lugar a una atrofia del hipocampo. Por ejemplo, en veteranos de la guerra de Vietnam o en personas que han sufrido en la infancia abusos sexuales se ha detectado hasta un 25% de pérdida. También habría pérdidas neuronales en la corteza orbitofrontal. Sabemos que a través de un circuito están interconectada la amígdala, los núcleos noradrenérgicos y la corteza prefrontal, áreas muy importantes en la vivencia de las situaciones de terror.
¿ Y cómo asumen ellos, los afectados, lo que les ocurre?
En muchos casos lo interpretan desde su cultura tradicional, como una mala suerte, algo que tiene que ver con la brujería, la hechicería... Pero no por ello dejan de ver la importancia de lo que les pasa. Recuerdo a uno de ellos que nos dijo que el mal de ojo también se lo habían echado las leyes de este país...
Hablamos de un problema de salud mental que, atendiendo a cómo evoluciona el problema de la inmigración, es de suponer que vaya a más.
Hay un dato muy sencillo: las primeras pateras hacían 14 kilómetros, de Tánger a Tarifa; ahora, hacen 1.200. Y las barreras y obstáculos son cada vez más terribles. Emigrar se ha convertido hoy para millones de personas en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos.
«Es como si ponemos a un grupo de personas en una habitación a cien grados de temperatura. Ese calor no es normal, como tampoco lo es el estar acosado, solo, sin salida...»