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Davide di Paola Presidente de la Junta Administrativa de Trespuentes

El estiércol y los diamantes de Iruña-Veleia

¿Cabe la posibilidad de que el equipo de arqueólogos haya sido víctima de alguna artimaña o simplemente de una broma pesada e irresponsable? Y por último: ¿Quién se beneficia de todo esto?

Cómo nos deslumbra el gran despliegue informativo alrededor de Veleia. Nuestra ciudad perdida, nuestra ciudad olvidada. Nunca se habló tanto de ella, jamás hubo tal expectación y revuelo de cámaras, como las que han aparecido para grabar las declaraciones de un hombre incómodo y políticamente incorrecto como es Eliseo Gil.

No puedo decir mucho de este personaje reservado y erudito, salvo refrendar su extraordinario disponibilidad y colaboración con la gente de los alrededores, con las asociaciones y concejos que le hemos tratado.

No me atreveré a pregonar su inocencia, frente a los que ya le han juzgado y condenado, sólo digo que, pase lo que pase, apoyaré humanamente a este hombre que hace más de una década, sin protagonismos y sin engreimiento, ha sacado adelante un proyecto que debería entusiasmarnos a todos. Lo ha hecho sin medios, con apoyos mínimos, buscándose la vida para subsistir.

Gracias a la labor de Eliseo y de su gente, muchos han podido conocer esta joya olvidada por Dios y por los políticos, que no le veían la suficiente rentabilidad a corto plazo. Gracias a ellos hemos viajado en el tiempo con arqueólogos-legionarios que supieron mezclar lo lúdico con la didáctica, acercando la historia y la arqueología a los miles de visitantes de las jornadas Ludi Velenses.

Luego salieron a relucir las malditas tablillas, sin embargo, nunca le oí hacer a Eliseo Gil declaraciones aventuradas al respecto, siempre invitó a la prudencia y nos remitió al dictamen de los expertos. Por el contrario, y lo afirmo por haberlo vivido en primera persona, cuando se dio a conocer el hallazgo, mediocres políticos y especialistas en las oportunidades, aparecieron de la nada para reivindicar una porción de notoriedad.

Recuerdo que en 2006, en un repentino interés por Veleia, la Diputación alavesa convocó a los miembros de varias instituciones, incluida la Junta que presido, a técnicos especialistas y empresas con el fin de crear una fundación que impulsara el proyecto.

¿Saben quién fue el único que no fue invitado inicialmente a esta reunión? Os lo diré... Fue don Eliseo Gil, director de las excavaciones. Mostramos nuestro desconcierto por este «olvido» que posteriormente enmendado. En esa única reunión, donde todos mostraban un gran entusiasmo y buena voluntad, la tensión podría cortarse con un cuchillo y la idílica idea de los Indiana Jones al servicio de la cultura dio paso a lo que realmente hay detrás de todos eso: ¡Un buen negocio!

Tras lo cual, el silencio. El entusiasmo se transformó en prudencia, el compromiso en «ya se verá» y, tras dos años de espera y «reservados estudios», se optó por gritar a los cuatro vientos la felonía, desacreditar a un hombre y a un proyecto sin demasiadas posibilidades de réplica.

Los profanos no solemos hacer juicios de valor, los que padecemos incrédulos los acontecimientos y los criterios de los sabios, sólo nos hacemos unas pocas y sencillas preguntas:

¿Es creíble que un hombre y un equipo entero de profesionales, con una acreditada y reconocida experiencia hayan decidido realizar una falsificación tan torpe y fácilmente detectable, arriesgando por completo su futuro personal y profesional?

¿Por qué razón se ha creado tanto revuelo social, político y mediático alrededor de este descubrimiento y a su desenlace?

¿Cabe la posibilidad de que el equipo de arqueólogos haya sido víctima de alguna artimaña o simplemente de una broma pesada e irresponsable? Y por último: ¿Quién se beneficia de todo esto?

Hasta que no se encuentren respuestas satisfactorias y plausibles a estas preguntas no podré mirar a la cara a Eliseo y decirle: «Amigo, te has equivocado». Por el momento, me encuentro en la obligación moral y humana de apoyarle a él y a su gente. Y a esos expertos, duros y brillantes como los diamantes, que han echado el estiércol sin contemplación la reputación de estos hombres, poco puedo decir, todos saben que de los diamantes no nace nada... y que del estiércol nacen las flores.

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