Verdad o mentira. ¿Existe alguna de las dos en su estado puro? Es decir, ¿podemos conocer algo realmente verdadero o algo realmente falso? No creo que este espacio sea el más apropiado para filosofar, y mucho menos viniendo de una persona que no es experta en la materia. En cambio, sí que he podido constatar durante los últimos meses y, sobre todo, durante los últimos siete días, que vivimos rodeados de incógnitas que en su mayoría son «verdaderamente falsas». Es decir, comparten el mismo espacio que se convierte en mitad verdadero, y en mitad falso. Es algo parecido como ver un partido de ping-pong con dos rapidísimos jugadores que no cesan de pasarse la pelota el uno al otro hasta que ésta cae y el punto se lo lleva el que mejor ha jugado. ¿Qué pasa cuando la velocidad de la bola es muy alta y se pasa mucho tiempo mirando fijamente al tablero? Que se pierde la capacidad de distinguir los espacios que separan un lado de la mesa con el otro y es imposible ver con claridad la trayectoria de la esfera, algo que, al final, se convierte en un enfrentamiento seguido por aficionados cegatos.

¿Dónde está Iruña-Veleia? En Araba. No es una pregunta complicada; ésa nos la sabemos todos. Pero, ¿cuál es realmente el origen de los hallazgos de este controvertido yacimiento? ¿Hasta qué punto llega la veracidad de las inscripciones encontradas? Nadie lo sabe. ¿Por qué? Porque desde que saltó la polémica de la posibilidad de que las inscripciones carecieran de veracidad la pelota no ha parado de dar vueltas en una mesa en la que cada jugador intenta pasar la bola de manera vertiginosa a su contrincante y es imposible saber con claridad dónde está el límite entre lo cierto y lo incierto. Es complicado, por no decir imposible, hacer una lectura mínimamente objetiva sobre esta controversia que no llega encontrar las cuatro patas de un banco que no se tiene en pie desde hace tiempo. Esperemos que la disputa finalice dentro del tiempo reglamentario y que se pueda ver con claridad donde está la red que separa ambas partes.