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Luis Beroiz se mete en la piel del torturador en «Entre ceja y ceja»

La incansable denuncia de Luis Beroiz tras la detención de su hijo en 2002 y el posterior calvario es bien sabida por los lectores de Gara. Tras 70 artículos, ha escrito «Entre ceja y ceja». El objetivo, «que dentro de 100 años no haya una memoria histórica de los torturados».

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Ramón SOLA | iRUÑEA

Lleva seis años dirigiendo sus artículos al consejero que comanda la Ertzaintza, al burukide que toma las decisiones políticas y a los policías que detuvieron a su hijo Andoni, absuelto ya en siete procesos judiciales en los que el fiscal pedía un total de 91 años de cárcel. Luis Beroiz admite que como jubilado le tocaría estar buscando setas en el monte, pero en 2002 se halló en una encrucijada: «Cuando llegas ante la evidencia de la tortura, hay varias opciones: callarse como un muerto, rezar, rumiar tú solo lo que te sucede, pedir perdón... o ahuyentar fantasmas y lanzarse a espolvorearlo y difundirlo. La elección es fácil», concluyó ayer en Iruñea.

Allí presentó ``Entre ceja y ceja'' (Txalaparta). Se publicita como una novela, pero en realidad la ficción está sólo en los nombres de los protagonistas. El relato corresponde al calvario de su hijo. Un tormento contado, además, desde el punto de vista del torturador. Luis Beroiz se mete en su piel para narrar cómo el agente sabe que el detenido se rompió y torció una rodilla jugando a pelota. «Le bajo su pantalón de chándal y es en la rodilla derecha donde encuentro huellas de la intervención. No me gusta lo que voy a hacer, pero noto que me estoy enojando, que estoy perdiendo la paciencia. `Sin pisar con los talones', le digo, y le golpeo con el pie repetidas en aquel tobillo, el de su pierna mala. Se resiente. Lleva un montón de tiempo en la misma postura. El sudor ha formado una balsa a sus pies», escribe.

La novela, en realidad, estaba dentro de la historia real. Una historia de pánico, sin duda: el paso por comisaría, la cárcel, los intentos de imputarle un sabotaje en Galdakao una noche en que está acreditado que se encontraba en Zuia, el amago de linchamiento tras el 11-M, el accidente brutal en un traslado a la Audiencia (murió un guardia civil), o el siniestro sufrido por sus padres camino a prisión.

En realidad, los nombres sobran también porque el de Beroiz no es un alegato contra este caso concreto, sino contra la tortura en general: «No queremos que dentro de cien años se haga una memoria histórica de torturados, como con los fusilados», indicó en la presentación.

«Que dé la cara»

Su insistente labor de denuncia ha tenido resultados en estos años, como el dictamen del Ararteko. Tras todo el camino andado, extrae una conclusión: «Sabemos que no lo van a reconocer, pero tampoco van a convencer a nadie de lo contrario». El libro, de hecho, ahonda en la soledad del torturador, un hecho que remarcó Joxean Agirre, autor del prólogo y que el año pasado presentó ``Cipayos'': «La soledad de esos monstruos de todos los colores es la mayor aportación. Es un libro entrañable, porque está escrito desde las entrañas», resaltó Agirre.

A Beroiz, eso sí, le encantaría que el torturador en el que se ha encarnado en el libro diera la cara. «No nos gustan los anonimatos», explicó equiparando su situación con la de la madre de la joven Nagore Laffage, que persevera para que el mundo conozca el retrato del médico que le quitó la vida. Y es que, concluye Beroiz, «esto sólo cicatrizará cuando los torturadores ocupen el sitio del torturado».

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