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Eszenak

Los «transgresorcísimos» Impresentables

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Dice uno: «Pues el caso es que al principio me había asustado porque pensaba que era un atentado terrorista»; «Pues tranquilízate, que ha sido tan sólo un coche que ha atropellado a aquel señor, y después ha chocado contra un camión de material radiactivo de la central nuclear», le responde el otro; vuelve a insistir uno: «Pues fíjate que de primeras me había dado un vuelco el corazón»; «No me extraña, hay tanta inseguridad ahora en el mundo, con lo del terrorismo», zanja el otro. Diálogos escuetos, ágiles, perfectamente perfilados y con una mala leche de aúpa, así suele ser el teatro del dramaturgo andaluz Tomás Afán. Un tartazo de merengue a la cara del espectador, pero con un ladrillo oculto bajo el merengue. Teatro casi minimalista y naif en formas y estructuras, nada enfático, pero si el director acierta con la puesta en escena, puede hacer mucho daño. Dirigida por la actriz Antonia San Juan, se estrena esta noche en el Festival de Santurtzi «Los Impresentables», la obra con la que Afán obtuvo el Premio Serantes del pasado año. Parece que San Juan ha sido fiel al texto y a la desnudez que demanda el humor de Afán; eso sí, le ha dado una manita de musical.

Mucho cachondeíto es lo que hay en esta obra en la que, a través de los tres actores de la aguerrida compañía «Los Impresentables», Afán hinca el diente a peliagudas cuestiones tales como el terrorismo, la guerra, la violencia machista, el feminismo o la religión, pero lo hace con esa vaselina que, es su facilidad para crear situaciones hilarantes, un poco surrealistas -pero el surrealismo de Mihura o Jardiel- y una pizca absurdas -o quizá demasiado lógicas-. Y es que de lo que Afán hace aquí auténtica y elegante mofa es de la beata y cretina actitud social ante tales cuestiones. No somos sino la voz de nuestros amos, parece decirnos Afán; y nuestros amos son el poder vía medios de comunicación y la estomagante corrección política. ¡Pero es que ser convenientemente incorrecto está ya bien visto; entra ya también dentro de lo correcto! Aquí se pone en solfa al propio teatro, a esa necesidad constante de transgredir y de leer a los demás la cartilla que sienten muchos teatreros. Y es que estos Impresentables se pirran por hacer «transgresorcísimas creaciones u performances teatrales» y consideran su misión dedicar sus energías a erigirse en «el mayor azote contra lo políticamente correcto y el pensamiento único». Para los Impresentables, si el teatro no es controversia y debate, no es nada. ¡Y vaya si predican con el ejemplo! Prueban sus escenas y a la mínima se lanzan a reflexionar y a debatir; así los tres actores van entrando y saliendo a discreción de un buen montón de personajes, más al modo de Gila que al de Brecht, dicho sea sin ningún desdoro. Eso sí, piden cortés y asambleariamente permiso: «Perdonad que interrumpamos el hilo de la narración y eso, así de golpe. Pero es que resulta que vamos a romper de pronto las convenciones teatrales y la cuarta pared. Si no os sirve de molestia. ¿Alguien no quiere que lo hagamos?... Nadie. Entonces vamos a ello».

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