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Fermín Gongeta Sociólogo

Cadena perpetua, asesinato jurídico

En el Reino español se mantienen intactas las estructuras dogmáticas, déspotas, crueles e inicuas de un pasado belicoso y destructivo de reconquista católica, asentado y consolidado en la era de la venganza iniciada en julio de 1936

La vergonzosa y vengativa noticia es propia del reinado de Fernando I, apodado el católico. Tiempos de inquisición, de revancha y desquite. Monarquía absoluta con lacayos magistrados y verdugos torturadores. Nada ha cambiado en el Reino español a lo largo de seiscientos años. Es el sábado, quince de noviembre, cuando aparece en prensa la noticia de la reforma del Código Penal español. El deseo político de poder y de dominio se hace ley. El poder se deshumaniza convirtiéndose en destrucción.

«El vigésimo cambio del Código Penal, que comenzó ayer su andadura con la aprobación en el Consejo de Ministros, impondrá durante veinte años la `libertad vigilada' a los presos políticos vascos, una vez cumplida su condena» (GARA, 2008-11-11).

Es sarcástico y mordaz que el portavoz de Jueces para la Democracia diga que «se trata no de privación de libertad, pero sí de restricción de libertades». ¿Por qué no decir abiertamente que es reducirnos a la libertad animal, y destruir todo tipo de oposición política en Euskal Herria?

La víspera de aparecer la noticia estuve saboreando las páginas de Iliá Ehrenburg, corresponsal de guerra, que en 1932 tituló «España, república de trabajadores». «En el paisaje español -escribe- no es difícil distinguir la crueldad, incluso el fanatismo. En España no sólo dejan libres a los sentimientos, sino que los empujaron a las tempestades del alma, los acostumbraron desde la niñez a la exageración».

«Carlos V, en horas de ocio, se acostaba en su féretro, ensayando su muerte. (...) En ninguna parte ha sido tan inhumano el catolicismo. (...) Las catedrales doradas, suntuosas... toda esa exuberancia bochornosa del arte, unida a las amenazas de las rejillas del confesionario y a las torturas de la Inquisición. (...) La decadencia de la cultura se inició en España».

Estas afirmaciones manifiestan la manera de ser de las autoridades del Reino. También en octubre del año 1937, Azaña escribía en «La Pobleta» sobre la carta del Cardenal Gomá, Carta Colectiva de los obispos españoles, «les pide la firma de la carta alegando (...) que se habla de mediación y que hay que impedirlo porque la guerra debe concluirse con el exterminio de los rojos». Es la carta que dejaron de firmar el obispo Múgica, de Gasteiz, y el cardenal Vidal y Barraquer, de Tarragona.

Sí, el poder no solo corrompe, sino que, más grave aún, deshumaniza. Indispone al magistrado contra la verdad, enmudece a médicos forenses, disfraza de justicia a tribunales, interpretando la máscara de la verdad, de la gloria y del bien supremo.

Sea en la elucubración más ennoblecida, sea en el hecho más anodino, la conclusión es la misma: parece que estamos fastidiados. Nosotros sabemos y conocemos quiénes dictan las leyes, su conocimiento estereotipado de la realidad política, su ansia de grandeza, su fe ciega en su propia divinidad. Poco importa que se llamen Partido socialista, Alianza popular, Partido Nacionalista Vasco o cualquier otro que encarne el poder en el Reino.

¿Qué se oculta bajo sus valores aparentemente democráticos?. T. W. Adorno diría que, en nuestro caso, la propensión del individuo a considerar que su grupo, su país y su nacionalidad son superiores a las demás, esto es, su etnocentrismo, la segregación política contra Euskal Herria y la discriminación religiosa pro catolicismo, puede que sean, así lo creo, las variables más dominantes del espíritu del grupo autoritario que nos gobierna desde hace siglos. Cada uno de nosotros vive una situación como crítica, cuando percibe en el entorno contextos que intuye como peligrosos para el mantenimiento de su situación, de su estatus ya sea económico, como social o político.

En el Reino español se mantienen intactas las estructuras dogmáticas, déspotas, crueles e inicuas de un pasado belicoso y destructivo de reconquista católica, asentado y consolidado en la era de la venganza iniciada en julio de 1936.

Todo continúa idéntico a sí mismo. Si Heráclito mantuvo que «todo fluye, que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río», el Gobierno del Reino demuestra lo contrario, manteniendo su estancamiento antidemocrático de manera pertinaz.

La venganza, producto del miedo exacerbado a la pérdida de sus prerrogativas, les lleva a imponer castigos inhumanos, para afirmar la mediocre imagen que tienen de sí mismos. ¿Podemos encontrar, buceando en sus pasiones, las claves que nos expliquen sus actitudes de explotación y despotismo?

«La idealización del propio grupo y la desconfianza y desvalorización de lo ajeno, ¿tienen algo que ver con el totalitarismo, el genocidio, la caza de brujas? ¿Las ideologías autoritarias sólo pueden fructificar si las sustenta un terreno fertilizado por el miedo y la inseguridad de los individuos que la sustentan? ¿En determinadas situaciones históricas existe en los pueblos una predisposición latente a aceptar una rígida estructura de poder como solución a insatisfacciones y angustias?», se pregunta Eduardo R. Colombo («Introducción de La personalidad autoritaria de T. W. Adorno». Buenos Aires 1965).

¿Por qué persisten unos en la lucha por la libertad, que es comprometida, oscura y peligrosa, y otros apostatan de la humanidad por un cerrado dogmatismo? El resultado es que en regímenes de autoritarismo los luchadores de la libertad se encuentran entre las rejas del dogmatismo.

Karl Marx, hablando de la Comuna de París, escribió una frase de elogio a sus defensores que no deja de repetirse: «Los de la Comuna montaron el asalto a los cielos».

Pretensión difícil si no se está dispuesto a caer en el abismo.

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