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Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social

Por encima de datos, vidas

El hartazgo de ver repetir la dinámica de la emotividad programada me hace ser cada vez más susceptible ante lo que veo, no me creo la solidaridad momentánea y efectiva, cuando se impone la pasividad

Cuesta vivir con el VIH y ver cómo llega y pasa el único día al año de lucha mundial contra el sida. Fecha que sirve para recordar el goteo de muertes diarias calculadas en 5.700, que pocos se atreven a valorar como evitables. Los datos, que muy pocos pueden interpretar, van mas allá de cualquier lógica, y sólo alimentan el morbo de conocer aquello que luego no se afronta con coherencia.

¿Para qué nos sirve saber que 30 millones de personas han fallecido o que 40 millones vivimos con el VIH, si no se actúa? ¿Para qué hablar de los pobrecitos afectados si se persiste en actitudes fóbicas, de discriminación, respecto a la diferencia? Evidentemente para nada son útiles los datos que no mueven conciencias, que no van a activar una sociedad cada vez más individualizada y pasiva ante este u otros problemas.

Surgen dudas, vista la indiferencia ante actuaciones en el pasado que no sólo han obstaculizado cualquier avance en la prevención, sino que incluso potenciaron nuestra discriminación. Hay miles de ejemplos personales, por no citar los casos más vejatorios y globales, que pasarán a los anales de la historia como triunfos de la ignorancia ante la necesidad básica de solidaridad de las personas afectadas. La hemeroteca guarda casos de incomprensión, demandas incumplidas y los datos de millones de seres que hemos dejado morir por no facilitar los medios que aquí generalmente disponemos el resto de los que vivimos con el VIH; tratamientos, medidas de prevención, seguimientos, alimentación... Y es que el problema del sida radica en esos roles que mantenemos y que tienden a hacernos más o menos sensibles según la empatía que tengamos, con un colectivo, con un sexo, un pueblo, un continente.. ¿Por qué no se nos trata a todos por igual? ¿Cuál es la razón que subyace para que yo tenga más esperanza de vida que la de otro de Zimbabwe? ¿Cuál es la razón para vernos más o menos respetables según como seamos?

Sólo mentes enfermas y personas ignorantes pueden actuar de la forma que mayoritariamente se ha aceptado con normalidad, permitiendo la muerte silenciosa de los millones de personas que se recuerdan en estos días mundiales, sin darles la oportunidad de compartir más tiempo entre nosotros, sólo porque nacieron en otro continente, pertenecen a colectivos históricamente marginados o son, simple y llanamente, pobres.

Esto nos debe de llevar a una reflexión amplia, que logre el derribo de los prejuicios que se imponen a cada solución posible, repito, sea ésta u otra enfermedad o pandemia. Basta de regocijarnos en la moda de un día que magnifica el silencio que posteriormente mantenemos todo el año.

El hartazgo de ver repetir la dinámica de la emotividad programada me hace ser cada vez más susceptible ante lo que veo, no me creo la solidaridad momentánea y efectiva, cuando se impone la pasividad. No sirven lazos rojos de gran tamaño cuando apenas denunciamos lo que sucede día a día. Menos las actuaciones encaminadas a satisfacer a nuestros afectados, mientras desestimamos la ayuda básica que reclaman la inmensa mayoría de las personas que viven con el VIH/sida.

Hoy sigue lloviendo, y a una semana del Día Mundial de Lucha Contra el Sida, quiero recordar por un instante y lejos del mensaje oficial que millones de compañeros sienten la necesidad de lograr una concienciación mundial sobre la pandemia y unas soluciones mínimas que eviten la discriminación y nos faciliten simplemente la vida.

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