Durante toda la campaña electoral Barack Obama ha hecho un esfuerzo descomunal por diferenciar las ocupaciones de Irak y Afganistán, planteando esta segunda como legítima y necesaria frente al grave error cometido por Bush al empantanarse en Irak. El presidente electo de los Estados Unidos pretendía así hacer frente a las críticas que lo tildaban de pacifista o, cuando menos, de antibelicista. La elección de sus colaboradores en esta materia sigue la misma pauta y evidencia, uno de los límites más evidente del cambio prometido por Obama.

Sin embargo, el hecho de que apoyar la ocupación de Afganistán haya podido ayudar a Obama a llegar a la Casa Blanca no debería hacerle creer que puede también ayudarle a ganar la guerra en el país asiático. Allí las expectativas de conseguir una hazaña bélica se esfuman día a día. A los sucesivos ataques contra los suministros de las fuerzas de ocupación de la OTAN hay que sumarle diferentes informes de agencias militares y de inteligencia que señalan tanto el fracaso de la estrategia militar occidental como la falta de legitimidad de las autoridades impuestas al pueblo afgano.