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La desaparición del hambre no es prioridad

Durante el presente año el número de personas que viven presas del hambre ha aumentado en 40 millones. Considerando que el hecho de que una sola persona sufra desnutrición resulta escandaloso, la cifra total de quienes la padecen escapa a cualquier adjetivo. Son casi mil millones... de momento. Así lo confirma el informe que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) hizo público ayer, lo cual no será óbice para los llamamientos que hoy, Día Internacional de los Derechos Humanos, efectuarán los mismos gobiernos de los países desarrollados que en 1996 se comprometieron con el objetivo de reducir a la mitad el hambre en el mundo para 2015 y no han aportado lo que prometieron para lograrlo. Los mismos que, en cambio, han dedicado miles y miles de millones a reflotar un sistema económico cuya principal actividad consiste en la especulación.

Precisamente, la principal causa inmediata del agravamiento de esta catástrofe permanente es la subida de los precios de los alimentos que, si bien este año han bajado, para los más necesitados siguen siendo inaccesibles. Y la crisis alimentaria permanece. El futuro no se presenta más halagüeño toda vez que la crisis económica anuncia un empeoramiento de la situación. Hacer frente a las causas estructurales del hambre en el mundo exige grandes inversiones de los países desarrollados. No tan grandes, en cualquier caso, como las ingentes cantidades destinadas a evitar el hundimiento de un sistema financiero basado en la insolidaridad, lo cual refleja las prioridades de los mandatarios y de las grandes entidades privadas en materia de derechos humanos.

El mundo desarrollado, ése que se autoproclama modelo de democracia y convivencia, supuesto defensor y garante de los derechos humanos, está en crisis y los datos económicos no auguran una pronta superación de la misma. En cualquier caso, probablemente, superar la crisis ética que padece le costará bastante más.

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