El filólogo y arqueólogo vallisoletano Jorge María Ribero compareció ayer ante los medios de comunicación para defender la veracidad de los hallazgos de Iruña-Veleia. Este especialista se mostró convencido de que los textos encontrados en el yacimiento suponen «un refrendo poderosísimo» a su hipótesis de que el euskara es el idioma madre del español y de todas las lenguas romances.

En ese sentido, desacreditó los informes de los expertos que han puesto en tela de juicio la veracidad de los hallazgos, ya que todos ellos «tienen como denominador común el ser profesores de latín o latinistas», que han actuado «en defensa de su estatus personal y profesional» y a quienes produce «pánico» el «hundimiento» de la «maternidad de la lengua latina sobre las lenguas romances». «Este es el verdadero trasfondo -añadió- que explica y justifica la reacción desproporcionada y virulenta de un grupo de filólogos latinistas contra unos hallazgos como los realizados en Iruña-Veleia que convierten en papel mojado toda la literatura científica sobre la lingüística fraguada a lo largo de los milenios».

Así, afirmó que continuará defendiendo su teoría y anunció que próximamente recopilará estas aclaraciones en un libro junto a nuevos argumento y pruebas que, a su juicio, refrendarán la «autenticidad» de los hallazgos.

«Absurda y burda»

Ribero Meneses basa su defensa en la ausencia de un móvil que explique por qué fueron manipuladas las citadas piezas, ya que una «falsificación tan absurda y burda» como la que pregonan los informes de los expertos «en nada podía beneficiar» al equipo de arqueólogos encargados del yacimiento sobre el que recaen las sospechas. «Sólo desde el mayor extravío mental podría habérsele ocurrido a un arqueólogo inventarse una colección de epigrafías antiguas tan preñada de anomalías y extravagancias», aseguró el filólogo.

Por ello, recordó que los descubrimientos del yacimiento alavés ponen «en tela de juicio cuanto hoy cree saberse respecto al origen de las lenguas romances, de la antigüedad del euskara o incluso el propio cristianismo» y consideró que «ningún intelectual en su sano juicio falsificaría unas pruebas históricas con el ánimo de acreditar unas tesis absolutamente opuestas a aquellas en las que se asientan su ciencia y sus creencias».