La muerte en directo
Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Decía convencida la esposa de Craig Ewert, el profesor universitario que, a sus 59 años, moría por voluntad propia: «Quiero que el mundo vea morir a mi marido». Ewert lo hacia ante las cámaras con la intención de que su acción «ayude a muchas personas a superar sus miedos ante el tabú de la muerte». La grabación mostraba la ingesta de la dosis mortal del somnífero a través de una pajita.
Después, el hombre que va a morir ante el ojo de una cámara pone en marcha, con su boca, un reloj con temporizador que desactiva la respiración artificial que lo mantiene vivo. Ewert cierra los ojos, da las gracias y muere 45 minutos después. El documental, «¿Derecho a morir?», grabado por John Zaritsky, se filmó en una clínica de Suiza; allí el suicidio asistido es legal. Tras la emisión en el canal británico Sky Real Lives la polémica está servida. Aunque la discusión va mas allá de la legalización de la eutanasia, como dice Benedetti: «Es difícil decir lo que quiero decir y es penoso negar lo que quiero negar». Imposible negar la muerte, televisarla es otra cosa. Algo que se supone un acto íntimo, digno, es compartido con gentes bienpensantes y puede que también ante ojos nada limpios. No es lo mostrado el problema, sino lo que rodea a esta acción. Un hecho que me hace recordar la película que Tavernier rodó hace ya unos años, «La muerte en directo». Una historia que navegaba de un modo visionario entre la ciencia ficción y la realidad que se avecinaba. La perversión social generada a través de los medios de comunicación entorno a la muerte, la deshumanización de un mundo hambriento de realidad, de la pornografía mas reaccionaria. El argumento de «La muerte en directo», habla del negocio de la televisión, de la vorágine a la que lleva la guerra por la audiencia. La trama cuenta la historia de joven reportero de una cadena de televisión (Harvey Keitel) que acepta implantarse una cámara en el cerebro para poder filmar a través de sus ojos la muerte en directo, por enfermedad, de una joven escritora (Rommy Schneider). El desarrollo de la historia, más compleja y truculenta, merece ser vista y no desvelada. La muerte se ve en directo desde hace tiempo en la televisión, la diferencia es que la vemos descontextualizada, como otro elemento más de la ficción televisiva. Quizá el reportaje de Zaritsky sea un recurso desesperado ante una opinión pública que sólo se estimula a través de la televisión. Se debaten las imágenes televisadas, superficialmente, por poco tiempo, el tiempo necesario para dar paso a la publicidad.