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Anjel Ordóñez Periodista

Informar nunca fue suficiente

Hace años que quienes nos dedicamos a esto de juntar letras barruntamos que el oficio, como lo hemos conocido, camina hacia el precipicio. Crónica, nunca mejor dicho, de una muerte anunciada. Acaso no del periodista, pero sí del periódico de siempre, el que nos manchaba los dedos de tinta y luego usábamos para envolver el bocadillo, secar los zapatos, empaquetar recuerdos... El que daba más sustos que alegrías, pero entraba con el café como dosis necesaria de antídoto contra la ponzoña mediática de ese imperio que nos quiere cortar las alas, y no precisamente por amor desmedido. El que, todavía hoy, aún en desigual lucha contra la fascinante tiranía digital, nos ayuda a sobrevivir en un mundo que amenaza con adelantarnos por la derecha convirtiendo el arcén en carril para blindados.

Pero, como decía al comienzo, soplan malos vientos para los periódicos, y vienen de Poniente convertidos en huracán. La prensa norteamericana, los grandes gigantes del papel, se desmoronan abatidos por los efectos de una crisis global que va golpeando, uno por uno, a todos los sectores comprometidos con la creación artificial de beneficios, con el sistema neoliberal que se arrastra hoy por el polvo del desierto económico que atravesamos con muy poca agua. Y en ese esquema ahora enfermo, si no hay beneficios extremos, no hay negocio. Y si no hay negocio, no hay publicidad; y si no hay publicidad...

La prensa lleva tiempo enferma y la crisis sólo acelera el proceso. Recuerdo a los Buggles, malos profetas, cantando «Video killed the radio star». La televisión no se comió a la radio quizá por el acierto de la última a la hora de adaptarse a los nuevos escenarios comunicativos. Y eso mismo tendrán que hacer los periódicos, porque insistir en vender noticias en formato sábana, se vistan como se vistan, es emular al panadero que trata de colocar el pan de ayer. No descubro nada si digo que el valor está en la información y en su interpretación, especialmente si es crítica, no mansa ni domesticada. No sé si ese valor cotiza en Bolsa, pero estoy convencido de que puede ayudar, y mucho, a que esta sociedad escape del agujero negro al que se asoma.

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