Raimundo Fitero
A negro
Fundido a negro. Una vez más, una opción televisiva didáctica y esperanzadora se convierte en una falsa polémica, en un escándalo. El ciudadano que elige acabar con su vida acompañado de su mujer y escuchando música clásica y se deja grabar para que se convierta en un testimonio debería ser tratado con honores de benefactor de la humanidad y no como un delirante medio delincuente. El documento que nos han ofrecido, resumido, en algunas cadenas, se hace en el informativo, con rango de suceso y no como ventana a la razón, a la solidaridad. Es la decisión suprema de un ser adulto, consciente, que decide el tiempo de su adiós, que no resiste más el dolor propio y el que causa a su círculo más íntimo y que busca la ayuda técnica para terminar dignamente su existencia vital porque, podríamos entender, que su existencia como individuo cualificado como tal hace meses que la ha ido perdiendo.
Los pasos que nos enseñaron eran tan simples como objetivamente definitorios: aprender a desenchufarse de la respiración sin colaboración de nadie, ingerir un compendio de barbitúricos para ir perdiendo la consciencia, la música puesta a un volumen adecuado, una estancia agradable y su voluntad. Una despedida efusiva de su mujer. Una frase para justificar, el subrayado de la narración sobre que nadie debía colaborar físicamente con ninguno de los pasos anteriores para no caer en posibles figuras punibles y el fundido a negro. Bello. Humano. Amor.
Lo que después ha sobrevenido es ruido, barullo, injerencia, fundamentalismo, falta de piedad o conmiseración, muchas gotas de hipocresía y una clara manifestación de la búsqueda del monopolio de la muerte. O de la vida otorgada por un soplo divino y no una evolución química que acaba produciendo un ser humano capaz de discernir y de decidir sobre su misma vida, sobre su propia existencia y sus ganas de sufrir, de aguantar el dolor y de ser testigo de su propia decadencia. Es el negro en que quieren mantener a los seres humanos, no ese magnífico y poético fundido a negro que aplaudimos con el máximo respeto. No nos dejan vivir ni morir en paz. Tenemos derechos para ejercerlos.