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De «Bai euskarari» a «Euskaraz bai», un recorrido que exige el compromiso de todos

El acto organizado por Euskararen Kontseilua en el BEC de Barakaldo, en el que tomaron parte miles de personas, podría suponer un punto de inflexión en el largo camino de la normalización del euskara. Podría serlo, pero ello depende de los ciudadanos vascos, de todos los sectores de la sociedad, desde las instituciones hasta el ciudadano de a pie, pasando por la comunidad educativa. El reto no es menor, toda vez que el paso de decir «Bai euskarari» a decir «Euskaraz bai» exige algo más que la mera adhesión al acto de ayer. El compromiso ha de ser la clave que haga posible ese paso, el compromiso que ha demostrado Kontseilua en sus diez años de andadura para con el euskara, con su normalización y que ahora se concreta en el decálogo que presentó ayer en Barakaldo.

Al referirnos a la normalización del euskara, con su consiguiente promoción y toda clase de medidas necesarias para que sus hablantes tengan la oportunidad de desarrollar sus actividades cotidianas, de vivir en su lengua y quienes lo deseen tengan oportunidad de aprenderla sin que les suponga considerables sacrificios, hablamos de un derecho. No de un capricho, ni de un proyecto en detrimento de otras lenguas, como interesadamente tratan de hacer creer desde los sectores políticos que se niegan a reconocer la existencia del pueblo del euskara y que pretenden justificar su indiferencia, cuando no su aversión, en la politización de una lengua que también reivindican como suya pero a cuyo desarrollo ponen obstáculos incansablemente.

Indudablemente, el euskara, amén de principal signo de identidad de este país, es elemento de cohesión. Pocos se atreven a rebatir abiertamente esa realidad, tanto dentro como fuera de Euskal Herria, a no ser desde un absurdo empecinamiento no falto en ocasiones de ignorancia y casi siempre con intencionalidad mistificadora al servicio de un proyecto imperial en decadencia. Sin embargo, esa cohesión que provoca el hecho de que la mayoría de vascos, vascohablantes o no, consideren el euskara como algo propio y querido es percibida como un peligro por las mentalidades que no entienden otra unidad que la impuesta, para cuyo logro precisamente la imposición lingüística jugó un importante papel. Resultan paradójicas, por emplear un término no estridente, las denuncias de imposición del euskara... en Euskal Herria. Y ridículas las referidas a los supuestos ataques al castellano desde el intento de normalización de una lengua en situación diglósica de clara desventaja. Son habituales las denuncias de politización del euskara hechas por quienes no sólo aceptan la injusta situación fruto del tratamiento recibido por la lengua vasca, por sus hablantes, durante siglos, sino que además pretenden perpetuarla.

La larga historia del euskara es la de una lengua rodeada de otras más poderosas con las que ha convivido y de las que se ha nutrido. Una lengua que posteriormente ha sido objeto de innumerables ataques y prohibiciones, y unos hablantes que se han resistido a renunciar a un derecho tan lógico y elemental como hablar en su propia lengua. Tras siglos de afrentas y prohibiciones, habiendo llegado a mínimos históricos y con serio peligro extinción, el trabajo de unos pocos que con notable clarividencia percibieron la necesidad de estandarización y normalización fue socializado durante las últimas décadas, y esa labor de empuje, recuperación y difusión del euskara adquirió prestigio a los ojos de la mayoría de la población vasca, e implicación por parte de amplios sectores de la misma. Los miles de ciudadanos que han aprendido euskara son un gozoso testimonio de esa adhesión a la lengua vasca.

Hay mucho por hacer, pero no es poco lo hecho

El acto de ayer en el BEC, sin embargo, no fue ninguna meta; antes bien, marca un punto de partida, el de un nuevo y largo recorrido que va desde la aceptación, el reconocimiento y el apoyo social dado al euskara hasta su utilización, la posibilidad de vivir en esa lengua, y el compromiso ha de ser la energía necesaria para llegar. Es mucho lo que queda por andar, y en ese camino será necesaria la implicación, una mayor implicación aún, de todos los sectores de la sociedad vasca. Es necesario exigir que las instituciones dejen de ir por detrás de los ciudadanos para encabezar esa labor que la iniciativa popular se ha visto en la tesitura de liderar, que su política lingüística responda a las necesidades de la sociedad y no sea mera consecuencia de las presiones de la misma.

Pero, si bien es cierto que queda mucho camino por recorrer, en modo alguno es despreciable el ya andado. Las últimas décadas son testigo de un resurgimiento cultural del que el euskara ha sido eje y motivo principal. Y los diez años de Kontseilua son un ejemplo de trabajo, no sin dificultades pero con frutos palpables. El Plan Estratégico, el Observatorio de los Derechos Lingüísticos, los compromisos personales, el Acuerdo Sociopolítico, el Certificado Bai Euskarari... son algunas muestras de ese trabajo de promoción, denuncia y avance en la normalización. Un ejemplo que permite a este país mirar al futuro de su lengua con optimismo, pero siendo consciente de que ese futuro no llegará por sí solo, de que sin el esfuerzo de todos no será el futuro que se ha de garantizar a una lengua a la que han pretendido robar la existencia e incluso el pasado.

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