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Ainara Lertxundi Periodista

Tiempo para jugar

Son las cinco de la tarde. Con la misma intensidad con la que suena la sirena, un aluvión de niños con sus pesadas mochilas al hombro salen corriendo en busca de esa cara conocida que los espera con la merienda pero sin perder de vista las agujas del reloj. La tarde está cronometrada, de principio a fin. Y, si algo falla, el acabose. Porque perder el autobús significa no llegar a tiempo a clase de inglés, de solfeo, de baile, de patinaje, de pintura, de fútbol, baloncesto, etc. Cada cosa tiene el tiempo medido, los juegos de patio mientras devoran el bocadillo, las actividades extraescolares, cada vez más variadas y exóticas, la vuelta a casa y, por supuesto, los deberes.

Las carreras frenéticas del día a día ya no son sólo cosa de adultos. El omnipresente estrés va captando nuevas «víctimas», sin importarle edades. Las demandas de la sociedad actual, que exige mayores dosis de competitividad, de títulos y de preparación, son su gran aliado. Las agendas se van llenando, a veces de manera casi inconsciente, sin premeditación. Y esa necesidad palpada desde nuestra infancia de estar haciendo algo, de ocupar nuestro tiempo con múltiples actividades, nos acompañará también en la edad adulta.

En un sistema de vida que, por norma general, nos impone unas determinadas metas, es difícil escapar de la ansiedad y el nerviosismo por muy protegido que uno esté por la inocencia de la infancia. Los sicólogos han dado ya la voz de alarma. Sus consultas acogen casi a diario a menores que sufren de estrés, que no dan abasto y que, incluso, pueden llegar a sentirse frustrados por no sentirse capaces de cumplir con todo lo que se espera de ellos. Jóvenes, niños, aquejados de males propiamente de adultos.

El antídoto se antoja difícil porque no hay una varita mágica que haga cambiar de la noche a la mañana la mentalidad extendida, en cierta medida gracias a ciertos programas y series de televisión, de querer «ser el mejor» y obtener títulos, medallas o lo que sea. Sería positivo adecuarse a las necesidades y gustos de cada uno, en este caso de los niños, respetando sus tiempos y deseos. Aprovechando estas fechas, a Olentzero le pediría, por ejemplo, tiempo suficiente para jugar.

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