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«Ad extirpanda», ocho siglos después

El vicepresidente saliente de los Estados Unidos, Dick Cheney, defendió abiertamente el empleo de la tortura en los interrogatorios militares a los prisioneros de Guantánamo en el curso de una entrevista emitida la noche del lunes por una televisión norteamericana. Es más, confesó que él mismo dio luz verde al empleo de la técnica denominada «waterboarding»: tumbado boca arriba, el detenido es obligado a tragar agua sin permitirle respirar, creándole una creciente impresión de asfixia y, finalmente, la sensación de «muerte inminente». Es decir, lo que durante décadas en los calabozos de las fuerzas represivas del Estado español se ha conocido con un nombre mucho más cercano: «la bañera». No obstante, estas declaraciones causaban ayer revuelo en las ediciones digitales de los medios de comunicación españoles, con comentarios que imprimían un cierto aire de escándalo a las manifestaciones de Cheney. ¿Escándalo? En absoluto. Simple enunciado de la cruda realidad. Una realidad que Cheney no se molesta en disfrazar porque cuadra impecablemente en su discurso maniqueo de malvados (prisioneros) y héroes (torturadores), y justifica a la perfección los crímenes de guerra cometidos por las tropas de EEUU.

Pero quienes ahora se rasgan las vestiduras saben perfectamente que la tortura es realidad cotidiana en Guantánamo, en Abu Ghraib... y en los calabozos donde han interrogado a miles de independentistas vascos. Saben que «la bañera» forma parte del protocolo real que se aplica a los detenidos porque, como ha dicho Cheney, «sus resultados hablan por sí mismos». Así, ocho siglos después, la incomunicación -legal o ilegal- de las personas detenidas viene a avalar al Papa Inocencio IV, autor de la bula «Ad extirpanda», que facultaba a la Inquisición para torturar a los reos hasta conseguir la confesión deseada.

Cheney, con su sinceridad, pone en evidencia a quienes miran hacia otro lado ante las denuncias contra EEUU, especialmente a la ONU. Y también a quienes en Euskal Herria se parapetan en el silencio cuando escuchan relatos de tortura como los que se conocían el pasado sábado.

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