CRíTICA cine
«Il Divo»
Mikel INSAUSTI
Después de ver “Il divo” me quedo más tranquilo, sabiendo que los nuevos valores del cine italiano son dignos de los maestros que les precedieron. Sorrentino tiene un sentido de la caricatura heredado directamente de Fellini, pues no hay que más que ver cómo retrata en clave grotesca al grupo dirigente de la Democracia Cristiana, a la vez que rodea a Andreotti de un aire decadente que recuerda al “Casanova” felliniano. Y, al entrar en materia, es capaz de resumir la historia italiana reciente con sus mil y un escándalos políticos, plagados de nombres, lugares y fechas confusos, con la precisión y el ritmo arrollador de un Elio Petri. Son cantidad de personajes y hechos reales de los que no puede prescindir la película, porque repasar la vida de este senador es desentrañar la crónica de la corrupción. Por eso Sorrentino utiliza como desencadenante dramático el caso Tangentópolis y el Proceso de Palermo, de los que Andreotti sale absuelto pero obligado a rendir cuentas ante una cámara implacable. Todo es brillante en esta gran opera bufa que es “Il divo”, donde la música forma parte esencial de un espectáculo extraído de los noticieros, que convierte los gestos de los políticos en tragicómicas coreografías. Los discursos para la posteridad adquieren también una coralidad, que pone banda sonora a la imagen pública del estadista que más apodos ridiculizantes ha merecido por parte del pueblo. Luego, la silueta de Adreotti adquiere una dimensión vampírica, la de aquel que se desliza entre las sombras del poder sin caminar como el resto de los humanos. Servillo parece haberse inspirado en el mismísimo Nosferatu de Murnau, apoyado sobre un trabajo de iluminación tan tenebroso como aterrador.