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Crónica | 40 años de la partida del Apolo 8

La primera misión tripulada a la Luna confirmó que «sí, existe Santa Claus»

Fueron los primeros humanos en orbitar la Luna, los primeros en observar su cara oculta, en fotografiar en color la Tierra. Fueron los tripulantes del Apolo 8, una de las misiones espaciales más recordadas y que allanó el camino a la primera pisada lunar. Se cumplen 40 años.

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Joseba VIVANCO

La Luna es esencialmente gris, sin color; se parece al yeso o a una especie de arena de playa grisácea». Seguro que cualquier Nobel de Literatura la hubiera descrito mejor de haberla tenido a la estrecha distancia a la que la tuvo James A. Lovell. Su escueta fotografía pasó a la historia por ser pronunciada por uno de los tres primeros seres humanos que orbitaron nuestro satélite. Ocurrió hace 40 años.

El número ocho era el segundo vuelo tripulado del exitoso programa Apolo de la NASA. Pero iba a pasar a los libros de historia como el primer vuelo lunar. Por vez primera una nave con astronautas a bordo iba a escapar de la gravedad terrestre y poner rumbo a un viaje de 400.000 kilómetros, que unos cien años antes había soñado un tal Julio Verne. Eran las 07.51 del 21 de diciembre de 1968 y a esa hora despegaba de Florida -el mismo lugar elegido en ``Viaje a la Luna''- el Apolo 8 con tres tripulantes: Frank Borman, James A. Lovell y William Anders. 55 horas y 40 minutos después, eran los primeros humanos en situarse en la órbita lunar.

Su misión era clara: tomar imágenes de nuestro satélite para preparar el ansiado alunizaje que llegaría al año siguiente. Pero lo que descubrieron fue, curiosamente, lo que ya conocían, pero desde otra perspectiva: La Tierra. «Veníamos a explorar la Luna y terminamos descubriendo la Tierra», diría luego Anders.

Suyas, de esta misión, fueron no las primeras imágenes de nuestro planeta desde el espacio, pero sí las primeras en color de nuestro hogar y las que sirvieron para que, también por primera vez, el mundo tomara conciencia global de lo que éramos y de la fragilidad de nuestra pequeña «canica azul» que luego inmortalizara en otra simbólica foto el Apolo XVII.

«Te provoca en un instante una idea de lo insignificante y frágiles que somos y de lo afortunados que somos de tener un cuerpo que nos permite gozar el firmamento, los árboles y el agua», diría James A. Lovell. Su compañero William Anders, autor de una de las instantáneas más famosas, lo corroboraría: «Les aseguro que en lugar de un gran gigante, debe ser vista como una frágil esfera de un árbol de Navidad, que debemos manejar con muchísimo cuidado». Fue como si la Humanidad, a través de esas fotos y las imágenes televisivas que se enviaron, se viera en el espejo y descubriera su vulnerabilidad.

Pero el objetivo del Apolo 8 era la Luna. 68,50 horas después del despegue, la sonda se ocultó detrás del satélite. Se preparaba para la entrada en la órbita lunar y durante esos diez interminables minutos de ocultamiento estaría incomunicada con la Tierra. Todo debía funcionar al milímetro, si no querían perderse en el espacio o caer a suelo lunar. Y todo resultó perfecto. Por delante, 20 horas para ver de cerca la Luna. Ya en la primera órbita, ofrecieron al mundo las primeras imágenes lunares como nunca antes se habían visto. Poco después de comenzada la cuarta, la tripulación del Apolo 8 se sorprendió aún más con la contemplación de un amanecer de la Tierra, mientras una bola de color azul y blanco se asomaba por el horizonte lunar.

En la órbita número nueve, la tripulación se dirigió a sus congéneres de la Tierra en un mensaje navideño. Cada astronauta dio lectura a una sección del Génesis, uno de los mitos de la creación, según la Biblia, y que luego inspiraría a Mike Oldfield en su ``The song of distant Earth''. Al final de la lectura, Borman se despidió con un: «Y de parte de la tripulación del Apolo 8 cerramos con unas buenas noches, buena suerte, feliz Navidad y que Dios los bendiga a todos, a todos en la buena Tierra».

El mensaje bíblico de los astronautas acabó en los tribunales, de la mano de un activista que abogada por el ateísmo en todos los estamentos gubernamentales de EEUU. Y aunque quedó en nada, la NASA tomó nota y en adelante fue más cautelosa con las cuestiones religiosas allá arriba en el espacio; hasta se dice que durante años se ocultó que Buzz Aldrin llegó a recibir la comunión en la Luna.

Una polémica que no preocupaba a los inquilinos del Apolo 8, enfrascados por regresar sanos y salvos. Era la fase más crítica de la misión. Si el sistema fallaba... mejor no pensarlo. Y, por si fuera poco, la maniobra de inicio debía hacerse en el lado oculto de la Luna, sin contacto con el control terrestre. Pero en el segundo exacto en el que estaba previsto, se encendió. Al retornar la conexión con Houston, lo primero que les dijo Lovell fue: «Les informo: sí, existe Santa Claus». Al otro lado, le respondieron con la misma ocurrencia: «Afirmativo, ustedes son quienes mejor lo saben». Era el 25 de diciembre de 1968.

El mundo había recibido su mejor regalo de Navidad. Pero aún debían regresar. Lo hicieron, aburridos, durante dos interminables días en que llegaron a comer pavo deshidratado. Hasta que cayeron en el Pacífico. Era el 27 de diciembre. 45 minutos después, navegaban en un portaviones. El 20 de julio de 1969, Neil Amstrong y Buzz Aldrin terminarían lo empezado.

 

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