Jesus Valencia educador social
Recuerdo y compromiso
Desde sus mazmorras -encierro de veinte horas diarias- luchan, construyen y sueñan. «No os vamos a fallar», escribía una presa amiga. ¿Será tan rotundo nuestro compromiso?
Estamos en el umbral de la gran fiesta. Y, como toda fiesta mayor que se precie de serlo, nos llegará cargada de celebraciones y de recuerdos. Añoranza de tiempos pasados y de personas idas; evocación de los seres queridos y ausentes. En este marco de recuerdos entrañables, ocuparán lugar preferente nuestras presas y presos. No son un capítulo más de nuestra historia social y política. Son el epicentro de un conflicto que nos afecta a todos y que, de modo cruel, se visualiza en ellos. Que nuestra pequeña Euskal Herria soporte el cautiverio de 780 presos políticos es un hecho escandaloso y único en la repantigada Europa; evidencia de que Francia y España -estados imperialistas- se han homologado en rigor con la denostada Turquía.
Los 780 nos interpelan a todos. Son un revulsivo para quienes nos aprestamos a celebrar los inminentes festejos como si nada de esto ocurriera. O como si sucediera en uno de esos países alejados y malditos que nos importan un carajo. La brutal política penitenciaria también reclama el compromiso de guías religiosos, dirigentes sindicales, líderes políticos o activistas sociales. Nos encontramos ante un masivo sufrimiento utilizado como herramienta política. Madrid y París aplican la dispersión como tormento con el que doblegar la disidencia; mecanismo de control social con pretensiones disuasorias y ejemplarizantes; secuestro que convierte a los cautivos en rehenes y la solidaridad de sus familiares en delito. Escenario por donde desfilan la dignidad de los cautivos, la sevicia de sus guardianes y el compromiso -o el desentendimiento- del resto de ciudadanos; esta cruda representación no admite espectadores. Las 780 personas cautivas han puesto en juego lo que más valoran: su propia existencia; sus familias pagan, semana a semana, el duro tributo de la fidelidad incondicional. Unas y otras reclaman justicia y apoyo. Ha pasado el tiempo de las palabras huecas; quienes tengan tribuna y voz absténganse de genéricas apelaciones a los principios éticos. Los obispos deberían denunciar esta barbarie con la misma contundencia con la que condenan otros atentados. Políticos y sindicalistas, como hacen otras veces, también ahora deberían de aparcar sus desacuerdos y arracimarse para repudiar la dispersión. Si demostrasen frente a la violencia carcelaria la misma contundencia y determinación que utilizan frente a otras violencias, la política penitenciaria no gozaría de tanta impunidad.
780 militantes en reflexión permanente pueden aportarnos claves de gran utilidad para el presente y futuro de nuestro pueblo. Desde sus mazmorras -encierro de veinte horas diarias- luchan, construyen y sueñan. «No os vamos a fallar», escribía una presa amiga. ¿Será tan rotundo nuestro compromiso? Nos toca a nosotros voltear las puertas de los presidios. En el umbral de la fiesta, un saludo entrañable para todos los presos políticos del mundo; aun cautivos, siguen peleando por una sociedad más justa. Saludo cargado de complicidades y querencias para las 780 paisanas y paisanos. De ellas y ellos no nos despedimos. ¡Hator etxera! Nos encontraremos el día 3 en las calles de Bilbo.