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«Las paredes están hechas más de capas de memoria que geológicas»

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Jordi Tosas
El pirata del ideal solitario

El alpinista catalán intenta en solitario y en estilo alpino la Sur del Lhotse y realiza aperturas en el Nuptse y el Amphu Gyabtsen, en el mismo estilo. Todo ello en un mes de estancia en las montañas nepalíes.

Andoni ARABAOLAZA

El pasado mes de noviembre, algunas montañas del Himalaya nepalí tuvieron el honor de contactar con un nuevo escenario introspectivo, el presentado por Jordi Tosas. El alpinista catalán, de nuevo con una nueva tarjeta de presentación del solitario, se sumergía (o emergía) en ese laberinto donde llegar al núcleo, al big bang en cuestión, se convierte en un estadio sólo apto para unos pocos. En la siguiente entrevista concedida a GARA, Tosas nos lleva a su mundo, al de las escaladas en solitario.

Tras unos buenos años escalando en solitario en montañas altas, técnicas y de envergadura (Jannu, Palung Ri...), este año se plantea un reto que, con el solo hecho de proponérselo, es para quitarse el sombrero. Estoy hablando de la cara Sur del Lhotse. Me gustaría que me hiciera un análisis de esta apuesta. ¿Le apetecía emular al machacado Tomo Cesen?

Bueno, la vida es un camino y como en todo camino no puedes tomar ciertos desvíos, ciertas bifurcaciones si no llegas antes a ellas. Es un peregrinaje y en él, como buen caminante, sigues y vas haciendo tu vida a través de los pasos. ¿Qué quiero decir? Que no hubiera llegado a la Sur del Lhotse sin todas esas otras montañas, sin todos aquellos pasos que me han llevado hasta ella. Dice Pesoa en su «Libro del desasosiego»: «¿Para qué tenemos que ir a China, si lo que descubriré allí ya lo llevo dentro?». Reflexiono yo, humildemente, que quizás ciertos lugares, ciertos pasos nos llevan a descubrir cosas que están dentro, pero que no sabemos que están ahí.

Cuando un alpinista sueña con el Norte del Eiger como el más grande de sus retos, imagina cuándo llega a atreverse a soñar con una pared como la Sur del Lhotse. Antes de plantearme esa ascensión he leído a todos y cada uno de los que por ella se han atrevido a escalar. Con o sin cumbre, eso da igual y me gusta tu reflexión, es osar tan sólo pensar en meterte allí. No sólo los leí, intenté entender su mente, cómo pensaban, saber si yo estaba a la altura. Escalé vías de Lafaille en su estilo, miré cómo escalaban Babanov, Humar... y últimamente he leído mucho y he intentado entender el estilo de Ueli Steck. Pero sobre todo, me fijé en Cesen. De ahí el Jannu el año pasado. Creía que lo que contaba del Jannu, sobre todo en aclimatación, no era posible tal como lo hizo. Copié su estilo -aun arriesgándome a fallar la aclimatación y por las condiciones meteorológicas que tuve- y salió perfecto. No es copiar lo que hacen, supongo que es entender lo que hay en su cabeza, en su mente. Son años de preparación para unos días de proyecto. Cesen era grande, te lo puedo jurar -no sé si hizo o no cima, y no me creo en posición de juzgar a nadie, menos sin conocerle-. meterse ahí y ver que cada paso te separa de la seguridad del valle y que cada vez que subes un metro es más difícil retroceder es algo que sólo puedes entender estando en esa pared. Escalar de esa forma cuando él lo hizo es sencillamente haber hablado de la relatividad en tiempos de Newton.

¿Cuándo se da cuenta que ya está preparado?

Nunca sabes si estás preparado. Lo crees. La primera semana en Chuckung era incapaz de mirar la pared. Me daba tanto temor y duda que sólo pensaba en volver a casa con la familia y los críos. La verdad es que los primeros seismiles que escalé fueron decisivos. Me di cuenta que todo el entreno de la India (30.000 metros de desnivel en 15 días) me habían ido muy bien. Abría y volvía al pueblo en el mismo día. Me animé mucho de ver que escalaba igual que en los Alpes. Esa es mi idea de las grandes montañas. Últimamente es así. Un petate de veinte kilos y la mochila. Menos material quizás que cuando estoy en los Alpes. Rapidez, pero lo que ella significa, que o todo o nada. Exige una gran madurez para saber cuándo dar la vuelta.

Luego del Amphu vino el Nuptse. Quizás para acabarme de convencer que podía meterme en el Lhotse. En dos días tan sólo abrí una ruta nueva hasta la Británica de la cara Sur y me di la vuelta bajo la cima. En una pared de roca de la que Babanov me dijo que no me fiara, que era más difícil de lo que le dijeron los franceses. La verdad es que con cuatro pitones de roca, seis empotradores y tres friends, la cosa estaba divertida, ya a 7600m.

Finalmente vino el Lhotse, por fin lo veía como una pared y no como un ogro. La verdad es que la forma de escalar en los Alpes este último verano me ha ayudado mucho. Escalar solo en la Verte o la Norte del Eiger (Griff ins Licht, 2500m, 7c,M4,60º) es meterte un subidón de confianza increíble. Es comprobar que si dejas de dudar y escalas las cosas son diferentes. La rapidez -sin correr y disfrutando- es otro mundo. Saboreas ese egoísmo místico que te acerca a todo y te aleja de todo.

Por fin se mete en la Sur del Lhotse. ¿Qué es lo que le llama la atención de ese paredón para intentarlo en solitario?

Sin duda, el mito. Las paredes están hechas más de capas de memoria que de geológicas. Escalar la historia del mundo es alucinante y el Lhotse está en la falla de contacto del Godwana; ves ahí los estratos del mismo mundo. Pero a la vez es escalar la historia del alpinismo. Tantos nombres que me nublan la cabeza desde que era un chaval en el club. Tantos libros. Tantos mitos: Messner, Cessen, Mc Intyre, Lucas, Profit, Begin... Una historia del estilo alpino y el examen de doctorado.

Llegó hasta los 7.500 metros y se dio media vuelta por las dificultades técnicas en roca y falta de material. ¿Cuándo analizó la pared no se dio cuenta de ello?

Tenía un buen zoom. Cuando llegué, la pared estaba como yo esperaba: bien blanca y helada. La sorpresa fue que la nieve desaparecía muy rápidamente. Yo sabia que el primer tramo clave sería el corredor que desemboca en la gran «Y». Desde abajo veía un hilo de hielo que recorría discontinuamente su interior. Pero la ilusión nubla la vista y lo que el corazón negó a la cabeza se hizo realidad a 7.500 metros cuando vi que las discontinuidades eran muros de roca demasiado difíciles para el estilo tan ligero que llevaba. Un equipo coreano que va a intentarla el año que viene y que estuvo en Chuckung decía que en las condiciones en que estaba la pared en ese momento era imposible escalarla, ni meterse.

Todavía le faltaban mil metros más para la cumbre, pero creo, como decía anteriormente, que sólo con el propósito ya vale. ¿Cuál es su análisis del intento y qué valor le da dentro del contexto actual del ochomilismo?

La cumbre es un paso más en el camino del peregrino, pero es un paso muy importante: es la inflexión hacia otro proyecto. Mi análisis es que tengo ganas de volver ahí, de regresar con una táctica mejor, más depurada aún, pero sin prisas. Dentro del contexto del ochomilismo hay dos mundos. Un mundo de gente que sube ochomiles y un mundo de gente que intenta subir ochomiles de otra forma. Estos últimos años están dando frutos en la Sur del Annapurna, en el Makalu (House, Babanov, Tromsdorff, Steck, Humar...). Los dos mundos se están separando a grandes zancadas, pero en la montaña encontramos la libertad y dentro de esa libertad hay lugar para todos. Se sigue haciendo alpinismo, alpinismo en mayúsculas, aunque sean grupos muy reducidos. Además hay que recordar que como yo mismo, hay mucha gente escalando de forma ilegal. Sin permisos, de pirata. Cada uno lo hará por su forma de pensar y todas son respetables. Mucha de esta gente no dice nada en los medios y están haciendo grandes actividades a la sombra. No hay que olvidarlos.

Habrá quien censure esa forma de actuar.

Debo aclarar que esto no es apología del pirata. Creo que deporte y política no se pueden mezclar. La UIAA dice que todos tenemos que escalar con permiso para respetar la política de países muy frágiles. Después de unos veinte viajes al Himalaya he visto que los permisos sirven para enriquecer al gobierno corrupto, que el valle empobrece más y que los porteadores cobran menos a expensas de grandes compañías que se enriquecen una pasada. Prefiero repartir mi dinero en el propio valle por donde paso. Cuando vi matar a una monja y a dos niños de la forma más fría e inhumana en un glaciar del Tíbet, delante de todos nosotros -hombres blancos-, decidí que nunca más pagaría un permiso. No me sirve pagar a ese gobierno y abrir una vía que se llame «Free Tibet». Mi ética y mi moral son mías, y en la montaña y en la vida es lo único que tengo para sentirme persona.

Las apuestas del solitario son muy escasas.

El «solo» es la máxima expresión del alpinismo, de la vida. En la soledad primero tienes que vencerte a ti, luego a la montaña. Fíjate en el Piolet de Oro francés que el pasado año cambió sus reglas. ¿Qué se valora actualmente? La simplicidad, la ligereza y el grupo pequeño. Piensa en lo que llevas para ir al Mont Blanc, en Chamonix. Pues en el Himalaya, cuando vas solo, llevas un poquito más.

Al contrario de lo que todo el mundo piensa, cuando vas solo lo más duro no son los momentos difíciles. Esos los pasas meditando y con adrenalina. Lo más difícil de largo es el momento que te apetecería compartir, por su belleza y por su sutilidad; ese momento en que compartir multiplica las emociones y la empatía se convierte en una droga. ¡Cuántos colores, cuántos sonidos, cuántos momentos se me quedaron egoístamente en el corazón sin poderlos transmitir a nadie!

 
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