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Eszenak

Privando de nuevo en la Taberna fantástica

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Represento al autor de la comedia. / En su nombre les digo: / les agradezco muy debuten / que hoy bacilen conmigo. / Por mi podrían fumar y beber tragos / (si les gusta la priba) / ¡pero nos lo prohibe / la autoridad gubernativa. / Contribuirán al ambiente / con el humo y el vino pues la escena / es una tasca suburbana / triste y acetilena. / Una tarde de sábado (y agosto) /bajo un sol de justicia me aburría. / Entré a charlar con Luis el tabernero. / ¡Y nada presagiaba lo que sucedía!».

Esa taberna suburbial, justo al lado de un vertedero y desde cuya puerta se ven chabolas y se divisan en lontananza rascacielos, se llama El Gato Negro, y allí, en esa tarde de sábado y su correspondiente noche, tiene lugar esta tragedia protagonizada por personajes inolvidables como Rogelio el Hojalatero o el Carburo. Alfonso Sastre escribió «La taberna fantástica» en 1966 pero no fue estrenada hasta 1985. Tras «Oficio de tinieblas», o sea desde 1967, y durante dieciocho años, Sastre hizo mutis de los escenarios. Fueron años de viajes y de cárcel, pero también de un corte de mangas al teatro comercial -el único existente entonces-.Eso sí, Sastre fue uno de los primero dramaturgos rabiosamente acogidos algo más tarde por el naciente teatro independiente.

Y tras el largo silenciamiento, el éxito más rotundo: Gerardo Malla dirige en 1985 «La taberna fantástica» con Rafael Álvarez el Brujo en el papel del alucinado y alcoholizado antihéroe Rogelio el quinqui (de quincallero, como el propio dramaturgo explica en la obra). Con esta obra, Alfonso Sastre superó el chato realismo y su lenguaje retórico asimilando magistralmente y sumando para su causa estéticas hasta entonces demasiado diferenciadas: el didactismo y el distanciamiento de Brecht, el tamiz de lo irrisorio y la expresionista capacidad de deformar la realidad del esperpento de Valle, el nihilismo exasperante de Beckett, la tradición picaresca, y hasta la esencia ennoblecida del sainete; y sobre todo esos elementos fantásticos tan queridos por él, pero de los que prescindió en gran medida Gerardo Malla. Supera pues aquí Sastre los estrechos límites de la estética realista en aras paradójicamente de trasladar el espectador una más correcta conciencia de la degradación social y ponerle delante una más real realidad.

El mismo director de entonces, Gerardo Malla, ha vuelto a ser el encargado de subir esta taberna al escenario del madrileño Teatro Valle-Inclán en producción esta vez del Centro Dramático Nacional; allí estará hasta el 18 de enero. Sería de esperar que la obra gire (en Donostia ya está fijada la fecha de su llegada) para que podamos disfrutar del desparpajo del habla de estos héroes irrisorios, de la expresividad y de la sonoridad de esa lengua que Sastre re-creó con tanta fortuna, el habla popular y marginal del lumpen, de los desheredados, lleno de giros del lenguaje caló y de la jerga del talego.

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