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Euskal Herriko Selekzioa

La clave está en el compromiso a la hora de meter la pierna

La evolución de las selecciones vascas ha llegado a un punto de estancamiento ante la inexistencia -o cuando menos ante la invisibilidad- de actuaciones provenientes de los despachos que permitan vislumbrar con un punto de optimismo la posibilidad de competir oficialmente.

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Imanol INTZIARTE Periodista, responsable de la sección de Kirolak

En el camino hacia la oficialidad, el primer paso importante se completó hace ya bastantes años. Se trataba de socializar la selección vasca, de que la ciudadanía de los siete territorios se sintiera identificada con unos colores, con un sentimiento. Se hizo bien, con las lógicas diferencias geográficas. No en todas partes despierta el mismo predicamento, y defender lo contrario sería engañarse. Pero el campo se llenaba y se han vendido miles de camisetas verdes que han sido y son exhibidas con orgullo en la grada, en las calles, en las cunetas de las pruebas ciclistas... Además, miel sobre hojuelas, se recaudaba un dinerito que servía para ayudar al fútbol base de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Era la guinda -que no la parte más importante del pastel, como se ha tratado de hacer ver ahora por alguna de las partes, llegando a emplear este argumento a modo de chantaje emocional- sufragada por el desembolso económico de una afición que no sólo acudía al espectáculo procedente de esos tres territorios. Con todos los matices que se quiera, pero ese peldaño fue escalado hace tiempo.

A día de hoy, el clásico partido navideño puede servir, a lo sumo, para mantenerse en ese estadio, para no descender al pie de la escalera. Y de paso, no falta quien lo utiliza para lucir palmito en el palco y realizar declaraciones rimbombantes. Nada que objetar, siempre y cuando haya, antes y después de los noventa minutos, cimientos que sostengan dicha postura.

De lo contrario, reclamar en el campo la oficialidad, un día al año, tiene la misma utilidad que pedir la independencia un día al año en la campa. En este asunto hemos llegado a un punto en el que buena parte de la ciudadanía que se identifica con la tricolor vasca -sabido es que quien se identifica con otras camisetas lo único que va a hacer es poner palos en las ruedas- quiere seguir subiendo por la escalera, porque considera que quedarse donde se está es abocarse a una desilusión que agotará la capacidad de enganche popular. Y porque quiere ver, más pronto que tarde, a sus selecciones compitiendo de igual a igual con el resto de los combinados del mundo.

Dentro de este grupo ciudadano están, y en posición de liderazgo, los futbolistas y el resto de deportistas que firmaron el manifiesto. El «problema» consiste en que el siguiente peldaño se debe de pelear en un terreno mucho más embarrado que el césped de San Mamés tras una semana de intensa lluvia. Ese partido se jugaría sobre moqueta, con unos adversarios que no dudarían en emplear todo su repertorio de zancadillas. Y los convocados para ese choque, acostumbrados a un tiki-tiki insulso en su despacho, no se muestran dispuestos a enviar el balón al área rival para fajarse hasta ganar el partido. ¿Y si nos pillan a la contra? ¿Y si nos sacan amarilla? ¿Y si nos dan una patada? Apuestan por el empate, como en esos partidos en los que la igualada vale a ambos conjuntos y ninguno cruza del medio campo. Pero no es el caso, porque este empate perpetuo es sinónimo de una derrota que nos vuelve a dejar fuera del próximo Mundial, de la próxima Eurocopa...

Los futbolistas han dicho que no están dispuestos a seguir siendo los únicos que meten la pierna. No falta quien les acusa de contradecirse al firmar un manifiesto de estas características para luego acudir a las convocatorias de otras selecciones. En primer lugar, cabe recordar que reclamar un derecho no supone querer llevarlo a la práctica uno mismo. ¿O no se puede reclamar el derecho de Euskal Herria a decidir libremente su futuro sin ser independentista? En segundo lugar, no viene mal, antes de hablar, echarle un vistazo a la Ley del Deporte del Estado español. Según el artículo 76, punto 1, parágrafo f, se considerará infracción muy grave «la falta de asistencia no justificada a las convocatorias de las selecciones deportivas nacionales». El castigo, según el artículo 79, punto 1, parágrafo a, consistirá, amén de la sanción económica pertinente, en la «inhabilitación, suspensión o privación de licencia federativa, con carácter temporal o definitivo».

Se da la circunstancia de que en este caso que nos atañe los deportistas pueden elegir sin arriesgar su puesto de trabajo. Es una libertad que reconcome a quienes están acostumbrados a amenazar con «o haces lo que yo te digo o tomaré represalias». Y como no están habituados a ser desobedecidos, responden con el menosprecio. «Son unos ignorantes, no conocen la historia, se dejan manipular, les ha entrado el canguelo...». El meollo de esta cuestión no está en el nombre, está en el compromiso a meter la pierna, cada uno en su terreno. ¿Cuál va a ser el siguiente paso de los responsables políticos y federativos en pro de la oficialidad de las selecciones vascas? Seguro que cuando haya una respuesta concreta y en positivo, habrá partido sobre la hierba.

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