El argumento que ya nunca podrán utilizar
No existe, a día de hoy, forma humana de reflejar en su justa medida la situación que vive el pueblo palestino. No sólo tras el último ataque del Ejercito israelí contra Gaza, pero muy especialmente después del mismo. Cualquier número de páginas que se le dedique será insuficiente para describir esa situación, los artículos se quedan cortos y los testimonios que recogen apenas duran en los corazones algo más de lo que tardan en leerlos los ojos; las fotos no trasmiten el olor a miedo, y las imágenes de televisión no recogen el tenso silencio y la oscuridad de la noche. Ni el cine, ni la literatura, ni las artes plásticas son capaces a día de hoy de expresar el sufrimiento de todo un pueblo que, además, se ha convertido en el símbolo no ya de quienes comparten con ellos religión o proyecto político, sino de todos aquellos pueblos y personas que luchan por un mundo más justo y más libre.
Como se ha dicho, no es posible reflejar el drama palestino en su verdadera dimensión, pero resulta especialmente grave intentar ocultarlo. La falsa equidistancia que reflejan las declaraciones oficiales no son ajenas a las posturas ideológicas, políticas o intelectuales sostenidas por las élites occidentales durante todos los años que dura la ocupación de Palestina. Posición que cuenta en su catálogo con miles de libros, millones de artículos, cientos de películas e innumerables declaraciones oficiales que hablan de una historia ocurrida hace setenta años pero que oculta sistemáticamente los siguientes sesenta. Al igual que es imposible condensar en soporte alguno el sufrimiento árabe, ni siquiera ese esfuerzo por rememorar el holocausto europeo puede acercarnos a aquel infierno.
Pero ese argumento -«somos los judíos, el pueblo más perseguido de la historia»-, al que al final se repliegan todos aquellos que quieren mantener la equidistancia, es falaz y malvado. Ya lo intentaron, con el mismo grado de razón, los boer en Sudáfrica. Ese argumentó expiró hace ahora sesenta años, y cada día de existencia del Estado de Israel en los términos actuales lo desacredita aún más.