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CRíTICA cine

«Una familia con clase»

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Mikel INSAUSTI

Decir que Stephan Elliott se ha quedado en los 90 es tanto como hacer una afirmación en sentido literal, porque desde esa década no había vuelto a dirigir, e incluso llegó a anunciar su definitiva retirada. El regreso con “Una familia con clase” refleja una mala adecuación a los nuevos tiempos, ahora que la estética “drag” de “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto” está un tanto pasada. Pero no se rinde y quiere seguir ejerciendo de moderno, a pesar de tener un material entre manos que se refiere a otra modernidad, la de los años 20. Es posible que la doble utilización de un mismo término le haya llevado a confusión, porque de otra manera no se entiende el ridículo tratamiento actualizador que da a la obra teatral de Noel Coward, ya llevada a la pantalla en su etapa muda por un joven Hitchcock. No inventa nada, ya que sigue los pasos del también australiano Baz Luhrmann, que hizo una operación de remozado artístico parecida en su musical “Moulin Rogue”, al fusionar las canciones pop con ambientes operísticos. En fin, debe de ser que a los de las Antípodas la cultura europea les cae un poco lejos.

Todo lo que la pieza original «Easy Virtue» tenía de sutileza y elegancia, en «Una familia con clase» se transforma en obviedad y vulgaridad. Para dejar en evidencia a la decadente aristocracia de la sociedad inglesa, Elliott se posiciona a favor de la nueva rica norteamericana, a la que hace protagonizar escenas que él cree provocativas, pero que son simplemente patéticas. Baste mencionar la de la cacería del zorro, en la cual la chica moderna persigue a la presa montada en motocicleta mientras suena el «Sex Bomb», no en la conocida versión de Tom Jones, sino en una al demodé ritmo del «foxtrot» en disco de 78 revoluciones. La gamberrada se repite en el tema de los créditos finales, que es la canción ochentera de Billy Ocean «When the going gets tough, the tough gets going», que en origen perteneció a la banda sonora de «La joya del Nilo», y ahora suena risiblemente a «charlestón».

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