Ainara Lertxundi Kazetaria
La venta ambulante, ¿un delito?
Imaginémonos un sábado o domingo al mediodía en pleno centro de la ciudad. Un grupo de mujeres con sus trajes indígenas se prepara para desplegar sus sábanas llenas de bufandas, calcetines, fulares, collares, etc. Sobre la espalda cargan a sus bebés, como lo harían en su tierra natal. Cerca, sus hijos de edad más avanzada se muestran vigilantes. Miran a un lado y otro en busca de algún uniforme azul. Si no lo ven ni intuyen su presencia, dan el aviso y de las sábanas surge un pequeño mercadillo. Pero, los de uniforme azul no tardarán en llegar y entonces comenzarán de nuevo las carreras por recoger y salir pitando.
Normalmente, la cosa no pasa a mayores. Los agentes municipales hacen acto de presencia y con tiempo suficiente salen corriendo. Pero, no siempre es así y uno puede llegar a ser testigo de espectáculos ciertamente lamentables. Cuatro coches patrulla para unas mujeres cuyo delito es vender sus artículos sin permisos legales. Quienes pasan por el lugar, detienen sus pasos entre el asombro y la curiosidad. Preguntan el porqué de tanto despliegue, qué han hecho, por qué no les dejan vender y no actúan con la misma contundencia contra quienes trapichean a escasos metros y a plena luz del día. Cruce de reproches, argumentos, petición de documentación. Todo mezclado con los sollozos de los niños, arremolinados en las faldas de sus madres. Al final, parte de la mercancía acaba confiscada, el grupo dispersado a la espera de otra oportunidad para reiniciar la venta y la escena, en circunstancias similares o menos traumáticas, se volverá a repetir.
Es verdad que no pagan impuestos, ni luz, ni gastos de local, aunque, personalmente, no sé cuán grande puede ser su competencia desleal ni el alcance del daño comercial que su actividad clandestina, pero al mismo tiempo harto conocida, puede hacer. Lo realmente triste es ver a unas mujeres rodeadas por seis agentes discutiendo por unas bufandas. Una se pregunta si en vez de jugar constantemente al gato y al ratón, no se podría llegar a una solución que contente a todos. Ellas venden, trabajan, y el resto también.