Oihana Llorente Periodista
El trampolín de la gestión
La semana pasada contemplábamos atónitos cómo concluía el escándalo en torno al fraude de la Hacienda de Irun. Tras una investigación que ha arrojado como culpables a siete conocidos jeltzales, el portavoz de su partido en las Juntas de Gipuzkoa, Asier Aranbarri, asumió únicamente que el fraude se llevó a cabo mientras su formación tenía responsabilidades políticas en el Departamento de Hacienda,al parecer por pura casualidad.
Las irregularidades que se produjeron tanto en el Museo Guggenheim como en el Museo Balenciaga de Getaria siguieron el mismo patrón y, cómo no, apuntaron al mismo ladrón. ¿Pura casualidad de nuevo?
Los últimos acontecimientos están dejando entrever, y sólo entrever, el modelo institucional que se ha arraigado en las últimas décadas en Euskal Herria, un modelo ligado siempre a unas mismas siglas, donde los intereses de la ciudadanía no son precisamente los que prevalecen. Reveladora fue en ese sentido una de las exclusivas a las que nos tiene acostumbrado el que fuera líder del PNV, Xabier Arzalluz, quien aseguró públicamente que la primera coalición que nació entre EA y PNV se debió única y exclusivamente a intereses empresariales. Y es que, según detalló, diversos empresarios presionaron a estos partidos para que unieran sus fuerzas en los comicios forales y municipales de 1999 con el fin de evitar que Euskal Herritarrok dirigiera la Diputación de Gipuzkoa, algo que los empresarios consideraban contrario a sus intereses. Pero estas conductas no dejan boquiabierto a nadie, y menos aún teniendo en cuenta que este partido es utilizado como trampolín al mundo financiero, como ha quedado claro en los casos de Petronor o Euskaltel, por mencionar tan sólo los más conocidos.
Abogar por unos presupuestos participativos que sacien las necesidades reales de la ciudadanía y desarrollar una gestión transparente no parece ser un hábito en nuestra sociedad, porque así no hay más recompensa que tener la conciencia tranquila. Algo que no parece importar al que es capaz de agujerear el país para que pase un tren.