Todo acontecimiento mediático puede ser mirado desde muchas perspectivas, y mirando las cifras, resulta que La 2, al ofrecer en extenso toda la ceremonia, alcanzó el mejor resultado de audiencia desde hace muchísimos años, aunque debió soportar los delirios de algunos de sus comentaristas como Vicente Vallés que llegó a decir que era una fecha histórica como «la del asesinato de Kennedy o de Franco», lo que nos devuelve a la más pura realidad, al bajísimo nivel de los periodistas que contrata, y a confundir siempre las churras con las merinas. Un errar de estas características debería servir para que el tal Vallés se colocara de ayudante de Urdaci, como máxima aspiración periodística. Hubieran perlas diversas de esta índole en esta retransmisión, pero con una basta para entender la empanada histórica de algunos y cómo la euforia y la manía de las comparaciones lleva al más absoluto de los ridículos.

Como estamos ya hartos de los analistas de sus discursos, de ver al autor de los discursos, un joven de veintisiete años que parece un pasota, hasta el moño de escuchar las interpretaciones de sus palabras, deberemos decir que la realización televisiva fue espectacular y que el despliegue de seguridad se convirtió en una demostración imperial, romana, y el coche nuevo, «la bestia» según le llaman, es un blindado que tiene carrocería de veinte centímetros de espesor, o sea, un bunker con ruedas.

Pero en La Sexta, tanto Wyoming como Buenafuente, supieron estar a la altura de las circunstancias y desengrasarnos un poco de tanto obamista recién converso. «El Intermedio», a mi entender, escenificó de la mejor manera posible su análisis, tanto el Gran Wyoming como su quinteto de colaboradoras vestidos de feriantes flamencos era una perfecta manera de explicar el papanatismo, la obnubilación mediática. La canción y las formas eran de esa película legendaria de Berlanga, «Bienvenido Mister Marshall» y probablemente no se pueda encontrara mejor manera de expresar sarcásticamente lo que estamos viendo, con un ZP babeando, como si le hubiera tocado la Bonoloto. Lo de Buenafuente, más blandito, se quedó en un broma acertada.