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Ainara Lertxundi Periodista

La opinión pública no entra en Gaza

Con casco de guerra, chaleco antibalas y micrófono en mano. Así hemos visto en las últimas semanas a los periodistas desplazados hasta la Franja de Gaza o, mejor dicho, hasta los límites de la Franja, porque penetrar en ella durante la ofensiva ha sido una tarea imposible. No es la primera vez en que la cobertura de un conflicto se ha tenido que hacer sin estar sobre el lugar, pero sí la más evidente. Israel no ha querido periodistas incómodos y ahora que ha permitido la entrada de algunos medios se lanza contra aquellos que reflejan lo evidente: la destrucción de un territorio y de su gente. Les acusa de ceder a las «presiones» de Hamas, por el simple hecho de recoger testimonios a pie de calle. En los 23 días que duró la ofensiva «Plomo Fundido», su lobby se dedicó a mandar incesantemente mensajes de móvil a los periodistas, a visitarlos en el hotel o, incluso alojarse en ellos, ofreciéndoles toda clase de entrevistas, siempre con la misma versión, claro.

El aparato de propaganda funcionó a las mil maravillas. Y cuando los bombardeos llegaban a su fin, permitió la entrada limitada de ciertos periodistas, eso sí «empotrados», figura que institucionalizó EEUU en la guerra de Irak. Ir con las tropas significa perder toda independencia como profesional, firmando una serie de reglas, entre ellas la autocensura. El resto eran un estorbo para Washington, de ahí el deliberado ataque al hotel Palestine. En Gaza, Israel da un paso más; no sólo ha prohibido la presencia de medios extranjeros sino que ha seguido atacando deliberadamente a los periodistas, fotógrafos y cámaras que estaban ahí antes de las bombas.

La información, como dijo recientemente alguien que ha cubierto muchos conflictos, es otra víctima de la guerra, quizás la primera. Los «periodistas empotrados» han marcado un antes y un después, y situaciones que deberían ser anómalas, como las «visitas» y «venta» de entrevistas viciadas por parte de los aparatos de propaganda, se aceptan como normales. Ojalá que, como alguien me comentó, «la opinión pública se levante algún día para pedir algo diferente».

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