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Análisis

Viaje intenso y melódico a los sesenta

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Pablo CABEZA

Los personajes mediáticos pueden llegar a saturar. Peor aún, irritar a los periodistas especializados en música, personajes de enfermiza tendencia a valorar más los nuevos valores y las biografías malditas, que a las discografías consolidadas. Por esta causa, o por otras similares, a Springsteen y su nuevo álbum le están dando hasta en los calcetines, excepción de la revista «Rolling Stones» que, bien desde la coherencia o desde el agradecimiento a Springsteen por su descarnado apoyo a Obama -como han hecho ellos-, sitúa "Working on a dream" entre los mejores álbumes del veterano..

No parece razonable emitir opiniones adulteradas por los prejuicios, pero en la música, como en la vida, las fobias y los sentimientos lo tiñen todo, o casi todo. Si algún musicólogo decide que lo que compone Bruce es para las masas (esas que sólo se estimulan con canciones tarareables, estribillos quedones, que no se esfuerzan en crecer culturalmente, irritantes), se termina recelando de las canciones e, incluso, de la obra al completo del sujeto en estudio. O se destaca la parte más cruda de sus álbumes (en ocasiones, la más aburrida) en menoscabo de la más popular.

En realidad, molesta y desconsuela que la gente se mueva en exceso por lo de siempre y los de siempre. Irrita el conformismo generalizado, la falta de ideales. Que Springsteen sea el recurso reiterativo para llenar espacios, desanima, y si los llena, pues aún fastidia más, cuando menos frente a quienes se proponen proyectar diferentes valores de la música y músicos emergentes.

En la web de Hipersónica, aunque los ejemplos y foros al respecto son infinitos, se puede leer al respecto de «Working on a dream»: «Aparte de que no me va demasiado, me repatea especialmente este tío por sus legiones de fans que se creen que es lo más y no conocen otra cosa; y por el rollito salva patrias que se lleva». No son juicios neutros, es el estómago y los juicios previos caprichosos quienes hablan.

Desde el pasado al presente

«Working on a dream» nos ha entrado en el cuerpo como las primeras cerezas de temporada. De hecho, si todos los discos que se editan tuviesen la calidad media del presente, esto sería mejor que Sodoma y Gomorra.

Bajo una intensa mirada al sonido de los sesenta y sus protagonistas, «Working on a dream» besa con labios carnosos. Bajo una portada de gusto discutible, el disco se inicia con «Outlaw Pete», ocho minutos espectaculares ante una composición y arreglos que van de lo crepuscular a lo épico. Es el corte más deslumbrante del nuevo reto. «My lucky day» resulta simpática, pero es, a pesar de la motivadora línea de bajo, la más floja del lote.

Con «Working on a dream», «Queen of the supermarket» y «This life» Bruce acomete una serie de canciones que pueden quebrar el esperanzador nivel de entrada, pues encajan dentro de la melosidad , mal entendida por algunos, de Roy Orbison o Traveling Wilburys. Es un tramo estándar, susceptible de ser bombardeado por los salvadores de la «buena» música. No responden a ninguna genialidad, pero, en ocasiones, lo tonto es tan digno como lo contrario.

Con diferente motivación se estrella contra los auriculares «What love can do», que nos recuerda el lado más hondo y amargo del sonido springstiniano. Mucho rock a lo Tom Petty y demasiada canción como para despreciarla por placer. «Good eye» posee una extraña entonación blues, un paseo por la ribera del Mississippi, aunque aún más caudalosa y retorcida es «A night with the Jersey devil», tema extra sólo localizado en la versión CD + DVD. Feliz y campera se retrata «Tomorrow never knows». «Life itself» recuerda a los Byrds y es mucho más grande que San Mamés. Phil Spector se pasea por «Kingdom of days». «Surprise surprise» regresa a los Byrds y a los Rapsberries, como «Life itself», terrible. En el acústico y crudo final, «The last carnival», dedicada al fallecido teclista de la E Street Band, Danny Federici, y «The wrestler» son folk-rock despellejado, herido por el mejor puñal.

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