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Eszenak

El Cabaret Voltaire y Maiakovsky

Josu MONTERO | Escritor y crítico

Hace justo un siglo. Un día de febrero de 1909 se publicó en la portada de «Le Figaro» el belicoso y provocativo «Manifiesto Futurista», ese incontinente llamamiento a enterrar el arte del pasado y lanzarse de cabeza al nuevo espíritu. «Queremos cantar el amor al peligro, a la fuerza y a la temeridad», comenzaba. Fue el pistoletazo de salida de ese magma bullente de movimientos que pusieron patas arriba al arte. Los pecados violentos y totalitarios de los futuristas fueron purgados y redimidos con creces por el nihilista dadá o por los atormentados expresionistas.

En el neutral Zurich de la Primera Gran Guerra se juntaron unas cuantas almas gemelas y fugitivas que en 1916 y durante unos meses abrieron un viejo local, el Cabaret Voltaire. Allí se fraguó dadá. ¡En aquellas calles de Zurich coincidían en esos días los dadaístas, Joyce o Lenin! Hasta mediados de este mes podemos asistir en la sala barcelonesa Espai Brossa a «Cabaret Voltaire», toda una velada dadaísta. Teatre Kaddish se ha propuesto recrear una noche del legendario Cabaret. Poemas fonéticos y descoyuntados como «Ursonatte», de Kurt Schwitters, y otros de Tzara y Hugo Ball -tres de los protagonistas de aquella carcajada de sinsentido en medio de la racional carnicería que era Europa-. Pero una velada dadá pretendía ser poesía total y, por tanto, toda una iconoclasta manifestación escénica.

Uno de los textos teatrales galardonados en el premio Café Bilbao tiene como ausente protagonista a uno de los artistas que encarnó como pocos la ambición y las contradicciones de la Vanguardia, aquella ansia extrema de rebelión y de pureza, de incrustar el arte en la vida, de edificar el arte total, de asaltar el cielo; nos referimos a Maiakovsky. En el monólogo «¿Por qué no contarlo, Lila Brik?», Joseba Macías da la palabra a una anciana Lila Brik, la que fue el loco amor imposible del poeta que en 1930 se pegó un tiro en el corazón porque «el presente no está a la altura del porvenir», ese porvenir socialista al que se había entregado. De héroe del pueblo pasó a ser acusado de calumniar a la clase obrera. En marzo de 1930 el teatro Meyerhold estrenó su drama «El baño», acerba sátira de las élites y de la burocracia estaliniana. Fue el fin. Un mes después, el disparo, y junto al cadáver una carta: «A todos. Camaradas, perdonadme, éste no es el método, a otros no lo recomiendo, pero yo no tengo salidas. Lilia, quiéreme...». A Lilia Brik la conoció en 1915, y aquella mujer culta y audaz se convirtió enseguida en la Dulcinea de aquel Caballero Andante; pero era la esposa de Josip Brik. El poeta sintió con brutal intensidad esa energía creativa y también devastadora que es la pasión, ese privilegio que te hace vulnerable. Los tres llegaron a vivir un triángulo absolutamente público, toda una puesta en práctica del anhelado nuevo mundo colectivista. Pero Lilia practicaba su libertad y Maiakovsky no encontraba descanso para su tortura. Y aunque huyó a París para liberarse de ella, y estuvo a punto de casarse dos veces, Lilia siempre siguió ahí. La obra está en la página web del Café Bilbao.

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