Elecciones del 1 de marzo
El voto que abrió la lata
Supuestos expertos anunciaban, hasta hacer el ridículo con carteles viejos, que la izquierda abertzale optaría por la abstención, a pesar de que D3M insistía en que llenarían las urnas de votos. Los 165.000 votos anulados en las municipales de 2003 demostraron al Estado que habían pinchado en hueso e hicieron que la izquierda abertzale se sintiera con fuerza para iniciar el camino de Anoeta.
Análisis | Iñaki IRIONDO
Pese a la insistencia de determinados analistas y políticos en que la izquierda abertzale optaría por la abstención para no contarse, D3M cumple su palabra de intentar que las urnas se llenen el próximo 1 de marzo de decenas de miles de votos independentistas. No lo tienen fácil, perseguidos y acosados por las FSE y fuera de los círculos mediáticos de propaganda. Pero saben de lo importante de la empresa.
Hace una semana, el pasado viernes, se produjo uno de esos episodios que debieran pasar a la historia del periodismo vasco. El hecho: el Ayuntamiento de Donostia coloca los paneles para el pegado de propaganda electoral y en algunos de ellos todavía quedan restos de la campaña a Cortes Generales de 2008. Pueden verse carteles de la izquierda abertzale pidiendo la abstención y la evidencia de que son viejos, porque sobre algunos de ellos hay otros carteles de Ezker Batua. La noticia: la destapa ETB y la retoma la agencia EFE que, además, evita que en las fotografías que transmite se vean los carteles de EB, pese a que están en el mismo panel. Se empieza a sugerir que la izquierda abertzale, tras ser ilegalizada, podría pedir la abstención.
Para entonces, D3M ya había adelantado públicamente que «por encima de todas las trabas que nos pongan, van a tener que contar las decenas de miles de votos en favor de la democracia, de la soberanía y de la independencia». Pero los datos son poco significativos para algunos periodistas y políticos. Y así, el pasado sábado, en «Diario de Noticias» se podía leer que «la iz. quierda abertzale se debate entre el voto nulo y la abstención», lo que se apoyaba en datos tan contundentes como que «fuentes de la izquierda abertzale aseguraron a este periódico que desde la dirección no se ha adoptado ninguna decisión firme, por lo que la aparición ayer de carteles pidiendo la abstención podría interpretarse como una medida de presión sobre la corriente que dentro de la izquierda abertzale apuesta por el voto nulo y una jornada sin crispación, que es lo que conllevaría el boicot».
El martes pasado, aunque D3M seguía hablando de llenar las urnas de votos, «El Diario Vasco» dedicaba dos páginas a asegurar que «la anulación de las listas alimenta la consigna por la abstención en la izquierda abertzale». La noticia se basaba únicamente en los análisis de «expertos antiterroristas» que alentaban la tesis de que ETA marcaría directamente la estrategia de la izquierda abertzale pidiendo la abstención para «desestabilizar y crispar al máximo la campaña y los mismos comicios, y de la misma forma neutralizar la crisis interna operativa en la que, según constatan recientes documentos incautados por las fuerzas de Seguridad, se encuentra tras la ruptura del último proceso de paz».
A esto se añadía sin pudor que «la otra opción, la del voto nulo, parece que es la apuesta por la que abogan los sectores más críticos con la actividad de ETA, que internamente pretenden un cambio estratégico a medio y largo plazo que desemboque con un nuevo alto el fuego permanente de la organización terrorista y que apuestan sin ambages por un proceso de acumulación de fuerzas soberanistas para dar luz verde a un nuevo marco jurídico político. ETA vería con enorme desconfianza que pueda cristalizar este movimiento».
Por motivos diferentes, también conocidos políticos vascos han afirmado que la izquierda abertzale optaría por la abstención. Así lo defendía hasta ayer al mediodía, con obstinación, en su blog el portavoz del PNV en el Congreso, Josu Erkoreka. Frente a quienes le respondían que optaría por el voto anulado, Erkoreka insistía en que la izquierda abertzale no querría contarse en las actuales circunstancias; intentaría por todos los medios «cortar de raíz la fuga de votos que pueda producirse a favor de la candidatura de Ibarretxe» ya que si llama a votar nadie sabe lo que va dentro del sobre; y porque con la abstención «reducen el apoyo al PNV, ejerciendo un control coercitivo sobre las colegios electorales y las urnas que obligará a muchos votantes nacionalistas, dispuestos a respaldar a Ibarretxe, a engrosar, contra su voluntad, las cifras de la abstención, por liberarse del acoso y la presión social de la izquierda radical».
¡Que Santa Lucía les conserve la vista a todos ellos!
La izquierda independentista ha optado por contarse, también en estas circunstancias represivas, aun a sabiendas de que les va a ser muy difícil hacer campaña. Carecen de un tratamiento normalizado en los medios, la Ertzaintza ha comenzado ya a hostigar a quienes pretenden hacer propaganda en la calle y el conjunto de Fuerzas de Seguridad del Estado persigue a cada hora a los integrantes de sus estructuras, haciendo prácticamente imposible cualquier actividad orgánica. Y, pese a ello, han dado un paso adelante.
La idea de que un voto anulado no es un voto inútil es algo más que un eslogan y se demostró muy cierto entre 2003 y 2005. Los 165.00o votos independentistas anulados en las elecciones municipales del 25 de mayo de 2003 fueron todo un aldabonazo político.
Esos votos, junto a los sumados en las elecciones generales del 14-M de 2004 y en las posteriores europeas, hicieron ver al Estado que había pinchado en hueso. Que con la aplicación de la Ley de Partidos podía conseguir que el independentismo quedara fuera de las instituciones, pero que no lo erosionaba ni social ni electoralmente.
Pero más importante aún fue la importancia que aquellos votos tuvieron sobre la izquierda abertzale, según confesaron sus dirigentes en diversas ocasiones. Las últimas elecciones en las que pudieron participar libremente fueron las autonómicas de 2001, cuando su representación cayó de 14 a 7 escaños. El PNV consideró que aquel era el momento oportuno para darle la puntilla e inició una estrategia de aislamiento. Entre tanto, Aralar formalizó su escisión. En esas circunstancias, para los dirigentes independentistas comprobar aquel apoyo electoral (de no haber mediado la ilegalización hubiera sido la segunda fuerza de Euskal Herria en número de concejales) mostraba la consistencia de su proyecto político. En la visualización de esa fortaleza estuvo el inicio de la reflexión que llevó a la izquierda abertzale a la declaración de Anoeta y al posterior proceso negociador. Aquellos votos anulados fueron los que sirvieron para abrir la lata.
Evidentemente, las circunstancias históricas no se repiten de manera milimétrica. Hoy el Estado no sólo mantiene la apuesta de las ilegalizaciones, sino que incrementa su accionar represivo. Pero el hecho de que la izquierda abertzale haya optado por dar la cara sin esconderse es una buena señal.
Por lo demás, también hay otros síntomas de «déjà vu», de haber iniciado un viaje al pasado. PNV y EA compareciendo por separado a las urnas y con los jeltzales unidos más por conveniencia que por convicción en torno a su candidato. Un PSE que amenaza con acercarse muy mucho al PNV en los resultados finales según todas las encuestas. La derecha española desconcertada e internamente dividida. La izquierda abertzale fuera del Parlamento, aunque esta vez por obligación y no por sus propios deseos. Falta, eso sí, Euskadiko Ezkerra. Ya le gustaría a Aralar tener su fuerza. En cuanto al contexto en el que llega la cita con las urnas, tenemos una crisis económica que va a peor, con paro creciente y números que asustan se miren por donde se miren.
Puede que el paralelismo científico con los años 85-86 sea imposible, pero en el ambiente hay una cierta similitud a los tiempos en los que José Antonio Ardanza llegó a Ajuria Enea primero con un pacto de legislatura con el PSE y después compartiendo gobierno.
Por cierto, para que Ardanza fuera investido lehendakari hubo que hacerle con urgencia un hueco en el Parlamento con la dimisión de un compañero. ¿Hay también ahora algún tapado en las listas?