Gorka ANDRAKA | Periodista
El amor es la leche
Hace años, en el lugar de Contu, junto a Navelgas, había una anciana sentada en un banco. Lloraba desconsolada. Debía de tener cerca de ochenta años, las arrugas del rostro las mismas que de la tierra. Aquellas lágrimas parecían brotar de los ojos de los valles y de los bosques. Me acerqué y le hablé. Ella solamente dijo una frase, repetida: ‘Murió Marela, murió Marela’. Y yo, mientras ella lloraba, aventuré en mi imaginación una hermana muerta, quizás una hija. No tardé en descubrir que la Marela era una vaca. La vaca”. Sabemos de Marela gracias al escritor asturiano Xuan Bello y gracias, sobre todo, a su dueña, que tuvo a bien ponerle un nombre. Su cariño, toda una declaración de amor animal, merece un premio.
Científicos de la Universidad de Newcastle han comprobado que las vacas personalizadas “se sienten más felices y relajadas”, más espléndidas. “Al conceder más importancia a cada animal, llamándole por su nombre o interactuando con él, no solo mejoramos su bienestar y su percepción con respecto a los seres humanos sino que también aumentamos su producción de leche sin ningún coste adicional”, argumentan los investigadores. Según su estudio, las vacas con nombre propio dan 250 litros más de leche al año.
El 66% de los baserritarras británicos consultados, más de quinientos, asegura “conocer a todas las vacas de su rebaño”. La importancia de llamarse. De que te llamen. “Ellas no son sólo nuestro medio de vida sino parte de nuestra familia”, explica el lechero Dennis Gibb. “Cada una de nuestras vacas tiene un nombre, cada una tiene su propia personalidad”. Un nombre. Soy. Eres. Una pasión. Somos. El principio del amor.ܾ